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La Oposición Sin Relato

Mientras parecen confirmarse los problemas del Gobierno para forjar una identidad, las dificultades que enfrenta la oposición, paradójicamente, corren una suerte parecida. Señalábamos –en este mismo espacio– que la primera cuenta pública no había logrado el objetivo de instalar una narrativa que le diera dirección, voluntad y justificación al proyecto gubernamental de Sebastián Piñera. En […]

La Oposición Sin Relato
Marco Moreno Pérez 29 junio, 2018

Mientras parecen confirmarse los problemas del Gobierno para forjar una identidad, las dificultades que enfrenta la oposición, paradójicamente, corren una suerte parecida. Señalábamos –en este mismo espacio– que la primera cuenta pública no había logrado el objetivo de instalar una narrativa que le diera dirección, voluntad y justificación al proyecto gubernamental de Sebastián Piñera. En los hechos, ese discurso del Presidente no consiguió constituirse en un vector de identidad que posibilite, a través del mensaje, encaminar la acción del Gobierno en los próximos
meses.

Sin embargo, el déficit de narrativa parece no solo ser un problema del Gobierno. Está afectando también con igual intensidad a la oposición, en este caso, a la que ubicamos en el eje centroizquierda. A seis meses de haber perdido la elección presidencial, lo cierto es que este sector de la oposición sigue postergando el necesario ejercicio de
autocrítica acerca de las verdaderas razones de la derrota electoral y política, tan caras para el proceso de reedificación del objeto de su acción política.

¿Por qué hablar no solo de derrota electoral sino también política? Porque se debe reconocer que no solo se ha perdido una elección sino también, de algún modo, se colocó en entredicho la legitimidad de los diagnósticos y las soluciones en clave de política pública. Esta constatación parece negarse, por lo que se siguen buscando las culpas –y los culpables– en el candidato, su comando, la veleidad de los electores o el azar.

Solo una vez procesado lo anterior, se podrá responder la pregunta siguiente: ¿qué tiene que hacer la centroizquierda para recuperar el poder? Se requiere construir una narrativa que provea de significados a los ciudadanos acerca de los símbolos y contenidos de los problemas actuales y no los que movieron las decisiones en el pasado. A partir de ese ejercicio y sus respuestas podrán aspirar a recuperar la vocación de mayoría; perfilar un proyecto de país; tener claro lo que Chile quiere para que después nuestro país tenga claro qué centroizquierda tiene y, por último, aunque no menos importante, posibilitará alejarse de las pequeñas batallas que están ocupando espacio y esfuerzo que no conducen a nada interesante para los ciudadanos. La política genera sus propios
problemas. Los políticos se dedican a resolver los problemas de la política, no los problemas de la gente.

En vez de lanzarse a esta tarea, la centroizquierda ha buscado sortear estas cuestiones sumando tiempo, a través de procesos de recambio de liderazgos partidarios –ahí están las elecciones en la DC, el PPD y próximamente en el PR– y ensayando un rol opositor que comienza a instalar una suerte de parlamentarización de la política.

Al carecer de relato y en línea con este diseño táctico, la centroizquierda ha comenzado a actuar como una oposición episódica que solo se activa políticamente frente a casos puntuales. No parece concentrarse en las grandes demandas de cambio del sistema –por ejemplo, pensiones o salud– sino que focaliza su acción opositora de naturaleza intermitente exclusivamente en la fiscalización de los actos del Ejecutivo.

Los actores de este estilo ya no son los partidos o think tanks opositores. La disputa no se da sobre ideas, proyectos históricos o medidas de política pública. Los protagonistas de este formato son ahora los parlamentarios, quienes hacen uso de los mecanismos que le entrega la propia institucionalidad, como recurrir a los Tribuales de Justicia, a la Contraloría o al Tribunal Constitucional para desarrollar su acción fiscalizadora. También hacen uso de las mayorías de que disponen en el Parlamento.

En principio esto no está mal. Es el rol que los ciudadanos les asignaron en las urnas. Lo que no va tan bien es solamente reducir la acción opositora a la parlamentarización de la acción política. Lo anterior es prueba de que, al final, la oposición sigue sin procesar sus problemas y continúa en estado de shock, sin entender que el poder está en otra parte: en el relato y en el mito de Gobierno.

Marco Moreno
Decano Facultad de Gobierno
Universidad Central de Chile

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