La crisis de la iglesia es la crisis del sacerdocio
La Iglesia tiene requisitos para ingresar a los seminarios y, si todo marcha adecuadamente, llegar a ordenarse y así desempeñar adecuadamente el rol de sacerdotes. Pero esto es falso y los requisitos no han servido nada, pues de los seminarios chilenos han egresado sacerdotes sin la más mínima moral. Es lo que muestran las diócesis […]
La Iglesia tiene requisitos para ingresar a los seminarios y, si todo marcha adecuadamente, llegar a ordenarse y así desempeñar adecuadamente el rol de sacerdotes. Pero esto es falso y los requisitos no han servido nada, pues de los seminarios chilenos han egresado sacerdotes sin la más mínima moral. Es lo que muestran las diócesis del país con unos sujetos depravados que han cometido los más retorcidos delitos sexuales con niños, jóvenes y adultos. Pero se trata de un modelo fracasado que no garantiza lo mínimo: que los que salen de los seminarios tengan fe; porque, por supuesto que quienes cometen delitos sexuales contra inocentes y contra lo que juraron cumplir, además de los preceptos básicos del cristianismo, evidentemente que nunca tuvieron fe en Cristo o la perdieron por el camino.
¿Por qué antes el modelo funcionaba? El clero diocesano de las principales ciudades y de las congregaciones se reclutaba en los grupos de más alto status, por lo que tenían mejor nivel intelectual y familias que iban a ejercer un estricto control social sobre seminaristas y sacerdotes. De esa manera se impedía que sus parientes clérigos se comportaran impropiamente. De este clero salían habitualmente los obispos y demás prelados, los académicos y los sacerdotes relevantes cuya opinión se conocía en los distintos medios; este período terminó cuando cesó la generación episcopal de Mons. Silva Henríquez.
El repliegue de los sacerdotes a sus parroquias se produjo porque agazapados, esperando que el episcopado y los presbíteros comprometidos con la defensa de los derechos de los perseguidos, una vez que culminó la dictadura, vieron la oportunidad de salir a las luz pública. Eso no es raro, debido a que la Iglesia siempre tiene un tipo de sacerdote u obispo para cada tipo de fieles. Hubo durante toda la dictadura sacerdotes para ricos y también pinochetistas, pero de bajo perfil; su relevancia fue menor ya que no estaban en la contingencia de las urgencias, pero siempre los hubo. Esos fueron los que hicieron el reemplazo y a los que los nuncios Sodano y Scapolo promovieron al episcopado, los jóvenes de la parroquia de El Bosque y su pseudo Acción Católica encontraron un destino más visible y glamoroso en la nueva Iglesia diseñada ara Chile por Juan Pablo II.
Pero nuevos tiempos requieren de nuevos sacerdotes y estos de nuevos requisitos para estudiar y alcanzar la ordenación sacerdotal. Llegó un nuevo tipo de postulante con un perfil más «místico» o, en otras palabras con menos praxis social, más espiritual y centrado, eso se creía, en la oración. Pero si uno mira a los sacerdotes delincuentes se ve gente con poco pensamiento abstracto, bastante santurrones según se comenta, en general ignorantes, de modales toscos y, en general, con poco discurso religioso propio y sólo valiéndose de lugares comunes. Es lo que se aprecia en las entrevistas, por ejemplo en el caso de la cofradía rancagüina: un lenguaje más bien simplón, una apariencia corriente y con pocas hechuras sacerdotales; en la época de sacerdotes con jeans y camisas escocesas de años atrás se trasuntaba el look sacerdotal. Es decir, no se aprecian tantos años de estudios filosóficos y teológicos y sí se aprecia poca o ninguna fe y el desempeño de una peguita descansada, esto último lo muestra bien la poca praxis social exigida –y la fe sin obras, como sabemos, es fe muerta. El reclutamiento se hizo excluyendo a los estudiantes de establecimientos municipales y se privilegió los particulares pagados y subvencionados católicos aunque su catolicidad fuera dudosa. Como decía un expresidente, primera generación con estudios superiores, una verdadera promoción social respecto de su origen. Y quizás ese fue siempre el objetivo. Pero el fracaso sacerdotal no está en haber reclutado mal; al contrario, nadie podría dudar de la buena fe y de los sanos intereses altruistas de los adolescentes interesados en el sacerdocio. Fue la formación y la educación en los seminarios la que falló estrepitosamente y a nadie le importa, ni al papa, ni a los laicos escandalizados, para qué decir los obispos, tratando de salvar lo más posible de una estantería que se vino abajo. Por ejemplo, qué aprendían de moral, de doctrina y de conocimientos complementarios los seminaristas de «la jaula de las locas». Siempre los seminarios han sido jerarquizados por la calidad de sus estudios; pero extrañamente, los que reprueban son poquísimos –las personas se van por razones personales– y llegan sin problemas a obtener sus grados universitarios. Tal vez sea el momento de luchar por educación seminarística de calidad. Porque algo pasa cuando ciertos clérigos no manejan el lenguaje y se expresan mal y los contenidos religiosos son bastante pobres. Sin embargo, todos estos defectos no obstan para que se cree una armonía (tal vez una cofradía o una familia) entre ellos que se mantendrá muy sólida hasta la ordenación y les permitirá cubrirse las espaldas. Lo malo es que si se trata de encubrirse los delitos se parece a una asociación ilícita.
La fe siempre fue para los cristianos una manera de vivir, sólo después de la Reforma se convirtió en un argumento o declaración que se debía suscribir, la fe se expresaba en los diversos Credos, como se recuerda en las misas; los evangélicos no parecen ser muy devotos del Credo. Ahora la fe se expresa entre otras cosas, en los sacramentos, sea su recepción o su celebración. Y aquí puede estar el problema. La fe cristiana es cristocéntrica, y la católica sostiene que el sacramento de la eucaristía es el más importante que celebran los sacerdotes, es la transubstanciación, que la hostia y el vino consagrados «son» el cuerpo y la sangre de Cristo. Esto implica no quedarse en lo concreto sino tener un pensamiento trascendental que permita aceptar el misterio porque se tiene el conocimiento suficiente y se es capaz de pensar en categorías mucho más sutiles que el pensamiento común; también se requiere para creer una cierta capacidad de entender el pensamiento simbólico. Es cierto que para los católicos el pan y el vino «son» y no representan, pero el sacramento es un signo y el sistema de signos es un símbolo, por lo que la estructura intelectual y conceptual de la fe requiere de una habilidad para manejarse en lo simbólico, en una clase de pensamiento que permite conocer de una manera distinta. Además que los sacramentos son realidades performativas que se hacen realidad por las palabras.
Mucho se ha discutido acerca de lo que hará Francisco, es quedarse en unas distinciones siempre en torno al poder; pero se elude la relación entre el mal y la formación sacerdotal, porque eso es, que los seminarios forman sacerdotes sin fe a los que les parece posible seguir aquel aserto torciéndole el sentido: «Si Dios ha muerto, todo está permitido», hasta las perversiones más aberrantes. No habrá ningún Orígenes, ese Padre de la Iglesia que prefirió castrarse antes que caer en el pecado no como estos sacrílegos pusilánimes, porque el sacerdocio implica decisión y algo de heroísmo. Curiosamente, Orígenes no es santo.
El poder del sacerdocio en la Iglesia se debe a que ésta es el sacerdocio o, mejor, aún todo el personal consagrado, incluyendo laicos como por ejemplo los religiosos y los monjes. Cierto es que la Iglesia está hecha por todos los bautizados, pero son los clérigos, especialmente obispos y presbíteros, los que tienen el poder y deciden el rumbo de la Iglesia. El laicado es un este pasivo, desde Juan Pablo II en adelante que reforzó una Iglesia monárquica, revirtiendo el espíritu de los Papas Juan XXIII y Paulo VI, quienes habían estimulado un rol más activo y participativo de los laicos en la Iglesia asì como fomentar su preparación religioso-teológica. Pero no sólo eso, la autoridad eclesiástico prefirió siempre apoyar y creer al clérigo por sobre el laico. Cuando los fieles se preguntan si esto siempre fue así y ahora sólo se están destapando los escándalos, toda la historia indica que no fue así, hasta unos treinta años hacia atrás una persona que abandonaba el sacerdocio quedaba literalmente «apestada», pues todos sus anteriores hermanos sacerdotes le hacían el vacío y demostraban poca caridad cristiana. Era un exilio moral y social. Un dato interesante es que quienes abandonaban el clero lo hacían por haberse enamorado y acelerar su deposición del estado sacerdotal casándose civilmente o porque habían perdido la fe. Dos razones bastante honorables, especialmente que los sacerdotes se enamoraban de mujeres adultas y no exhibían conductas pedofílicas homosexuales. Era un clericalismo reactivo, lo que se ve después son unos seminarios permisivos, con bastante relajación moral, sin sanciones a relaciones amorosas entre seminaristas y, lo que es más grave, la profanación del sacramento de la penitencia absolviéndose recíprocamente los pecados con el celibato. Nuevamente, no hay fe o la que traía el chiquillo que ingresó a los estudios sacerdotales la perdió.
Por todo lo anterior el tema central de todo este escándalo es el sacerdocio, la forma de seleccionar a los seminaristas, la educación que se les entrega y, lo que puede llegar a ser un control social más eficiente, es abrir el sacerdocio a arones probados y fomentar las vocaciones al diaconado. También discutir, pero en serio, el rol de las mujeres en la Iglesia, de manera de no hacer anuncios que nadie solicitó, como cuando el Papa dijo que iba a estudiar que pudiera haber diáconas, estaba hablando de algo que cualquier cristiano medianamente culto, que hubo diáconas en la Iglesia lo mismo que sacerdotes casados. Pero ese es otro tema.
Rodrigo Larraín Contador
sociólogo, académico de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Central de Chile