Dignidad en el aire
Una de las mejores cosas que mi padre me enseñó fue el respeto y el amor por las aves. Recuerdo que me levantaba muy temprano por la mañana y veía estos programas de niños que hablan sobre animales. Siempre fui de ese estilo y creo que él siempre lo notó. Cuando salíamos no perdía la […]
Una de las mejores cosas que mi padre me enseñó fue el respeto y el amor por las aves. Recuerdo que me levantaba muy temprano por la mañana y veía estos programas de niños que hablan sobre animales. Siempre fui de ese estilo y creo que él siempre lo notó. Cuando salíamos no perdía la oportunidad de ayudarme a identificar el trinar de cada uno de ellos. Uno de los momentos más memorables que tengo fue cuando me habló sobre los Tiuques (Milvago chimango) y cómo podía identificarlos porque parecía que siempre estaban peleándose en el cielo. También me enseñó la importancia de los pájaros, por qué eran una parte fundamental del ecosistema y cómo el humano podía ser tan cruel con ellos debido a mitos que, para mi pesar, nunca han desaparecido.
Una vez, fuimos al Cerro San Cristóbal. Plaza Italia era algo tan desconocido para mí. Vivíamos hacia abajo así que no sabía que ese era el punto en donde se vivía el arte, la cultura, las celebraciones y las protestas. Era ajena a todo eso y no sabía que más adelante, al crecer, se transformaría en uno de los tantos lugares en donde descargué frustraciones o celebré logros.
Cuando subimos hicimos el mismo ejercicio de siempre y, entre Zorzales (Turdus falcklandii), Mirlos Turdus merula y Chincoles (Zonotrichia capensis) la vi: imponente, gigante, preciosa y casi mítica; el Águila Mora (Geranoaetus melanoleucus) es una de las tantas rapaces que, además de encontrarse en el zoológico habitan los cerros regalándonos su aparición cada cierto tiempo. Creo que en palabras no puedo explicar lo impresionada que estaba ante ese descubrimiento.
Pasaron los años y mi padre ya no está, pero yo seguí con mi conocimiento y Plaza Italia se transformó en mi lugar predilecto para observar aves. Sé que hay lugares mejores pero uno siempre escoge aquellos en donde su corazón mejor se sienta. Volví a ver a las Águilas, Cernícalos (Falco sparverius), Tiuques y otros, incluso, me entretenía observando a las palomas (Columbia livia) y su constante coqueteo que, pareciera, nunca les resulta. Anotaba mis registros, ocupaba aplicaciones para personas como yo y así mantener el catastro de estas especies.
Sin embargo, desde hace un tiempo que ya no podía identificar nada. Son pocas las aves que se avistan en Plaza Italia, Dignidad o como quieras llamarle. Iba con mi guía de campo y la cerraba después de recorrer un tramo de ciudad porque, claro, migraron, se fueron. Las convertimos en extranjeras del mismo lugar que les pertenece y que nosotros deberíamos respetar.
Eso, hasta que fui a una de las marchas donde se presentaron dos bandas famosas. Entre lágrimas y risas porque aquel sobrecogedor momento miré hacia el cielo para respirar mejor entre el mar de gente y la vi pasar. El Águila Mora sobrevoló los cielos y en ese momento sentí que sí valía la pena seguir yendo a esa plaza. A gritar, a protegerme, y a observar porque, pese a que quizás estuve equivocada en la identificación, me sentí de nuevo como esa niña con gorro y bloqueador, una pequeña ornitóloga aprendiendo sobre aves y deseando nunca dejar de mirar.
María Paz Yurisch
Divulgadora científica