Una sociedad cursi
Cuando se pierde el decoro, el temor a la vergüenza, se reemplaza por un conjunto de criterios particulares y no colectivos, en el que cada cual intenta demostrarse y demostrar que se es mejor, superior y con más méritos que los demás. Puede que sea una artificiosa representación de la sociedad o bien de una […]
Cuando se pierde el decoro, el temor a la vergüenza, se reemplaza por un conjunto de criterios particulares y no colectivos, en el que cada cual intenta demostrarse y demostrar que se es mejor, superior y con más méritos que los demás. Puede que sea una artificiosa representación de la sociedad o bien de una parte de ella en donde se cumple –o se debiera cumplir– un rol preponderante. Aparte de que lo cursi es ridículo, se puede transformar en prejuicio y eso sí es peligrosos, ya que termina separando a las personas por motivos ajenos a ellas mismos y no por méritos personajes. Lo cursi es sinuoso. ¿Por qué interesarse por lo cursi? Antes que el virus nos recluyera en nuestros hogares, una Senadora informaba con alegría que se había aprobado una ley –o estaba muy próxima a probarse– que permitía poner a los hijos los apellidos en el orden que ellos prefieran, es decir, el materno o el paterno en primer lugar. Notable, porque es la viva demostración de que nuestro parlamento se preocupa de lo que efectivamente preocupa a nuestra sociedad.
Históricamente se han dado diversos argumentos para privilegiar el apellido de la madre; algunos muy burdos, como el que usa el apellido materno porque lo halla con más status, diciendo que lo hace por consideración a la mujer que le dio la vida o por respeto a la mujer en general. En realidad, es un homenaje al abuelo materno, que, además, es varón. Pero según declaró la senadora, entre otras cosas, se hacía para preservar de la extinción algunos apellidos que fueron importantes en una familia; tal objetivo de preservación lo podrían aprovechar mis lejanos parientes Erquíñigo, de los que nada se sabe y hasta su famoso palacio cambió de destino.
Y, a propósito de nobleza, en los últimos años ha aparecido una costumbre siútica. Hace unos pocos años atrás conocí un llamativo personaje, una especie de versión Kitsch del Ché Guevara. Pero tenía una extraña debilidad, absolutamente incompatible con su aspecto y con su discurso, ponía un coqueto guión entre sus dos apellidos, había una parte de su ser que estaba atada a esa pequeña línea intercalada, puesto que formalmente pedía en los correos que se escribiera así cuando uno lo olvidaba.
Pero no era este hombre el único que buscaba ser como un viejo hidalgo ante los ojos de quien leyera su nombre, uno de mis vicios es leer la prensa dominical los domingos por la mañana, leo columnas, cartas al director y opiniones, y desde un tiempo se observa una sobre abundancia de los guiones que sugieren una prosapia nunca vista, otros han transformado el apellido paterno en una inicial y el apellido materno a devenido en el principal. Vecinos, académicos, hombres de pro y simples vecinos han sucumbido a esta moda, total no cuesta nada y genealogistas no hay muchos. Aunque algunos exageran, vuelven un solo nombre de familia a apellidos de distinto origen idiomático, los he visto en varias combinaciones forzadas con apellidos de origen árabe, inglés, alemán, croatas u otro. antecedidos de un apellido español habitual. Es una especie de creatividad alcurniosa, pero a mí, y quizás a muchos, gente demasiado distinguida me abruma.
Rodrigo Larraín
Sociólogo y académico UCEN