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Un teólogo profeta: Hans Küng

Rodrigo Larraín
Académico Universidad Central

Un teólogo profeta: Hans Küng

Los dos conceptos del título no suelen ir de la mano, al contrario, los expertos en teología a menudo se institucionalizan hasta ser prácticamente burócratas; al revés, un profeta es siempre molesto, recordando a las jerarquías las enseñanzas de su maestro fundador, en este caso Jesús. Hans Küng, recientemente fallecido, fue un perito en el Concilio Vaticano II, en esa función estuvo acompañado, entre otros, de Joseph Ratzinger, después papa Benedicto XVI; fueron amigos por un tiempo y luego se distanciaron totalmente.  ¿Cuál fue la importancia que tuvo ese concilio?  Recomponer la relación de la Iglesia con el mundo que, excepto en unos pocos países y debido a la Reforma Protestante sumió a Europa en una ola de secularismo, racionalismo y empirismo filosófico.

Durante el siglo XIX la Iglesia perdió sus territorios, los Estados Pontificios, fue prohibida o limitada sus acción en países de Europa y América, si bien proseguía su obra misionera en África y en menor medida en Asia;; había entrado en un estado de repliegue total, aparte de España y Portugal que, en la época del concilio, no eran apoyos muy decentes y menos importantes.  Ni Francia Alemania e Inglaterra eran muy católicas excepto conversiones particulares de algunos personajes conocidos.  Hasta esa época, los fundamentos de la fe se basaban en interpretaciones ajenas las necesidades de los nuevos estratos sociales, de los nuevos oficios y profesiones, de las nuevas condiciones económicas e internacionales; es decir, a la Iglesia le costó mucho comprender la modernidad, al contrario, exhibió un cierto desprecio por las ciencias junto a una admirable convicción del auxilio de la Divinidad que, aunque correcta en sus términos, no servía para hacerse cargo y orientar a la humanidad. Por cierto, no se trataba de hacer entretenida la fe, menos de cambiar el depósito de la fe, nada de eso,

Pero una vez muertos Paulo VI y Juan Pablo I vino una involución, al punto que se trató cada vez más desembozadamente de anular el Concilio Vaticano II, tarea en la que el mismo Ratzinger, hizo un esfuerzo sistemático –por sí mismo o bajo Juan Pablo II– para excluir todo aporte renovador de los modos de comprender y actuar en base las enseñanzas de la Iglesia, censurando teólogos y calumniándolos.  Pero Francisco ha recogido el legado del Concilio vaticano II y a los teólogos profetas.

Y aquí entra Küng, junto a Edward Schillebeeckx, Hans Urs von Balthasar, Jean Danielou, Henri de Lubac y tantos otros.  Para ponerlos a todos en una categoría unificadora, estos teólogos se dieron cuenta que la filosofía clásica desde Platón hasta Tomás de Aquino o Bacon no daban cuenta de un nuevo mundo forjado desde el Renacimiento en adelante, y que la teología asociada a esta filosofía sacaba a la Iglesia del mundo real.  La vanguardia teológica la tenían los protestantes, sobre todo los luteranos, volvieron a mirar la Biblia y propusieron alternativas de interpretación basadas en concepciones filosóficas como las de Kant, la fenomenología, la lingüística y Hegel.  También fueron criticados por “liberales” como una manera de descalificarlos; más tarde los teólogos católicos se pusieron al día.

No se trató de remozar la Iglesia cambiando su naturaleza, menos se propuso alterar el núcleo de las creencias católicas –el depósito de la fe– sino de jugárselas por la subsistencia misma de la Iglesia.  Los perseguidores se atrincheraron en las glorias pasadas de la cristiandad, completamente fuera de la realidad actual.  Los detractores de nuestros teólogos forman una amalgama increíble: integristas de toda especie, todos anticonciliares: sedevacantistas que consideran que no tenemos papas desde Pío XII en adelante; antidemócratas confesos, sumados o toda clase de autoconsiderados católicos verdaderos.  ¿Que los une? La común idea de que la Iglesia debe volver a una teología preconciliar, expresada en una liturgia con el misal de San Pío V en latín.  Mala compañía para Aristóteles y Tomás de Aquino, en todo caso.

Pero el odio de los soberbios no se detiene, un obispillo español acusa a Küng de ser arriano, una antigua herejía de antes de la Edad Media; no tuvo de qué acusarlo contemporáneamente.  Al Padre Hans Küng, porque nunca fue sancionado con la pérdida de su condición sacerdotal, sólo se le privó de enseñar teología católica oficialmente.  Lo siguió haciendo bajo su responsabilidad, a pesar de no tener licencia.  Un recuerdo: cuando estaba recién casado y, como laicos, teníamos responsabilidades pastorales se nos presentaban muchas dudas, y algunas de esas se mencionaban en sus libros tangencialmente, así que le escribí consultándoles, me contestó con dos sendas cartas excusándose que respondiera en alemán, pero el sabía que en Chile había gente que lo hablaba.  Lo recuerdo admirado por su sencillez y buenas voluntad.

Tiene sentido empecinarse en mostrar a Jesús y su mensaje según la filosofía clásica; para estos tiempo parece que no; Jesús puede ser anunciado con nuevos aportes teofilosóficos, para entenderlo bien no se debe olvidar que el judío Jesús jamás leyó a esos filósofos y teólogos.  La novedad perenne del anuncio de salvación de Cristo tendrá que hacerse con nuevas explicaciones e interpretaciones.  No se guarda el vino siempre nuevo en odres viejos. Sólo nos queda agradecer a Dios por Hans Küng, por su vida y obra.

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