Columnas

Perú eligió. ¿y se “jodió” nuevamente?

Samuel Fernández Illanes
Analista internacional UCEN

Perú eligió. ¿y se “jodió” nuevamente?
Samuel Fernández 11 junio, 2021

Todo indica que oficialmente triunfará Pedro Castillo de izquierda radical. Tal vez Vargas Llosa volvería a escribir su conocida frase con la que comienza  su novela “Conversación en la Catedral” (1967): “En qué momento se jodió el Perú”. Como apoyó a regañadientes a Keiko Fujimori, su familia archi-enemiga que lo derrotó en su intento de 1990, probablemente la podría repetir. No obstante, hay que rescatar que la democracia ha funcionado en Perú, a pesar de que el país ha quedado dividido en dos facciones diametralmente opuestas. La de Castillo, de Perú Libre, y de Fujimori de Fuerza Popular;  aunque los nombres de sus agrupaciones o partidos, no indican los modelos verdaderamente en pugna. Castillo representa la izquierda extrema, apuntalada por el terrorista “sendero luminoso”, sus atentados indiscriminados y una larga tradición de violencia política; y Fujimori, carga con el peso de los diez años de su padre Alberto (1990-2000), pleno de corrupciones, excesos, eliminación del propio “sendero luminoso”, con una economía restaurada, pero con un final innoble, fugado al Japón y regresado para enfrentar cargos que lo han mantenido entrando y saliendo de la prisión. Menciono lo que es plenamente conocido, pero que es revelador de que, luego de tantos años, en definitiva el Perú sigue anclado en el pasado, en vez de buscar soluciones de futuro ¿Por qué?

Hay múltiples factores que se han acumulado, y están muy presentes en la ciudadanía, entre ellos: un cansancio que ha llegado al límite de los sistemas dominantes por más de 20 años, reflejado por el trágico destino de todos los últimos Presidentes, carencias y corrupción  generalizada a todo nivel. Ahí están los muchos juicios sentenciados o en curso. Una constatación de la población, gracias a los nuevos medios de comunicación, prensa, radios, redes sociales y otros, que han dejado de manifiesto, la pobreza, el desempleo, el trabajo informal, y tantos más problemas endémicos en amplias regiones del país, los que no sólo persisten, sino que se han agudizado en una pandemia muy presente, mal contenida, y con más muertos, según recientes cifras corregidas al alza. La gran mayoría peruana se ha dado cuenta y tomado conciencia de esa realidad, como quedó reflejado en la reciente elección, con la Sierra y la Amazonía que han reaccionado, así como los sectores más desposeídos de las grandes ciudades, e incluso en las votaciones en el extranjero.

Los dos postulantes presidenciales resultantes, con escasas mayorías relativas en la primera vuelta, debieron buscar desesperadamente más apoyos, por fuera de sus escuálidos respaldos, en sus adversarios políticos, con un largo pasado de confrontaciones que los persiguieron o hicieron la vida imposible. Ahora los requerían urgentemente. Los han obtenido, pero Castillo, más que su contrincante, aunque por poco, lo que deja al país dividido entre opciones contrapuestas, y seguramente, irreconciliables entre sí.

Ambos procuraron morigerar sus programas y sus inflamados discursos, para evitar que la campaña fuera marcada por un “anti el otro”, más que un acto positivo de respaldo. Mala señal, si la institucionalidad de un país se defiende por el rechazo o el miedo que provoca el contendor. Así, no hay avance. Y esto ha quedado demostrado. La conciencia real sobre los enormes problemas que enfrenta la población, en vez de encontrar proyecciones modernas, ha recurrido al pasado, y no justamente el mejor. Con Castillo, las propuestas socialistas o marxistas de hace 30 años, enmarcadas en una “revolución del siglo XXI”, que intenta hacer todo de nuevo, con los estrepitosos fracasos demostrados en todo lugar que se ha aplicado; y por el otro, en los resabios de un autoritarismo fujimorista desprestigiado, de hace 20 años, y presentado como la única alternativa de libertad restante. O sea, ante nuevos desafíos, ambos han propuesto retroceder a viejas soluciones. Cuesta creer que Castillo tendrá éxito, si aplica exactamente su programa de refundar todo nuevamente, mediante la revolución del “pueblo”.  Alusión que usa constantemente. Resulta a veces contradictoria, pues mientras más se cita al pueblo, menos se le representa. Se añaden, estatizaciones, término del sistema de libre mercado y las inversiones extranjeras, una nueva Constitución, y aumento del poder del Estado, entre las medidas más conocidas. Cabe recordar que Castillo ha repetido, casi palabra por palabra, los mismos eslóganes de Hugo Chávez. Ya conocemos el resultado.

Queda por verse el papel que tendrán los Tribunales de Justicia, y los muchos procesos en curso, inclusive contra Vladimir Cerrón Rojas, el líder comunista del partido de Castillo, impedido de postular a la presidencia. O contra Keiko Fujimori, con acusaciones todavía en curso, ahora que no gozará de ningún fuero, y que seguramente se reactivarán. Juicios que se han revelado también, como un arma política muy efectiva.

Se abren enormes interrogantes, además, de cómo reaccionará el Parlamento, que ya destituyó por la “incapacidad moral” prevista en la Constitución (cualquiera razón política en definitiva), a los Ex Presidentes PPK, Vizcarra, y Merino, por citar los más recientes, y que nombró provisionalmente a Francisco Sagasti, luego de descartar a otros, sin elección popular. Cómo reaccionará “la calle”, que ha tomado conciencia de su poder, y que ha demostrado que más reacciona que razona. Cómo sorteará el nuevo mandatario las presiones, no sólo de partidarios sino que de tantos adversarios, unidos sólo para obtener el triunfo. Se presentan tareas muy desafiantes, y el futuro está lejos de ser garantizado, y se vuelve más incierto. Pedro Castillo, sin ninguna experiencia política ni gubernativa, deberá afrontarlos y rendir cuentas en poco tiempo, una vez pasada la natural euforia del triunfo. Igualmente, recibirá no sólo el apoyo de regímenes afines latinoamericanos, sino que también, sus intentos de consejo, orientación y por qué no, de una pretendida manipulación. Por cierto lo necesitan como su aliado, y como respaldo incondicional, ante resultados tan poco eficaces como los que presentan en la actualidad.

Otro tanto para la relación bilateral con Chile. Qué pasará con los Acuerdos Comerciales, la Alianza del Pacífico, el TPP11, el Grupo de Lima, PROSUR, nuestras importantes inversiones en el Perú, la migración a Chile, la eventual fuga de capitales, el tráfico vecinal incesante y voluminoso. Y por qué no, la posible reactivación de problemas limítrofes, reales o inventados. Los resultados en el Perú no son indiferentes para Chile, en múltiples aspectos sensibles.

Ojalá, la frase de Vargas Llosa, sólo siga siendo una expresión literaria y no se haga realidad.

Columnas Relacionadas