Pánico, superstición y pseudociencia
Ahora que experimentamos la fragilidad humana y parece que vivimos una película de la Edad Media de bajo presupuesto, necesitamos buscar alguna clase de seguridad. La ciencia no contribuye mucho, pues se trata de una infección viral bastante agresiva en su potencia de contagio. Porque estamos hablando del coronavirus, claro está. Se nota que no […]
Ahora que experimentamos la fragilidad humana y parece que vivimos una película de la Edad Media de bajo presupuesto, necesitamos buscar alguna clase de seguridad. La ciencia no contribuye mucho, pues se trata de una infección viral bastante agresiva en su potencia de contagio. Porque estamos hablando del coronavirus, claro está.
Se nota que no sabemos mucho y si no fuera por la estadística, los especialistas no tendrían de dónde decir algo, que no es nada seguro, pues son puras probabilidades, sobre la base de supuestos de evolución del contagio, porque es pura estadística descriptiva y los casos son muy pocos para ir con la estadística no paramétrica. Parece que el único camino seguro es tomar medidas, como la suspensión de clases, recluirse en las casas, establecer cordones sanitarios, o sea, arrancar, usar mascarillas, mantener una distancia física con los demás (que no es social, sino física, pues se expresa en metros) y hacerle el quite al virus, como se ha hecho históricamente en pestes anteriores.
Ahora que hay bastante tiempo para mirar lo que dicen las redes sociales, encontramos tres tipos de mensajes respecto de la pandemia. Primero, las recomendaciones propaladas hasta el infinito, son en general, correctas aunque saturadoras. Luego están las alusiones ‘conspiranoicas’, que indican los múltiples orígenes que se le atribuyen al virus y las intenciones subsecuentes. Por último y más graves, están las que aprovechan cualquier comentario para desviar la atención hacia lo que les gusta, o en que se sienten más especialistas; la desvían insultando a algún interlocutor, acusando al medio, al autor de una noticia o comentario atribuyéndole alguna intención.
Además, se inventan fakenews. Posiblemente sean bots y no personas que comentan. Tienes tiempo, pero también mucho desequilibrio, abunda la ignorancia pues no se comprende el texto y se insulta a alguien por pensar lo mismo, también se ocupan palabras equivocadas sólo porque hay homofonía. Hay una compulsión para opinar de todo, en realidad, para insultar con motivo de cualquier tema. Es un gran esfuerzo por llamar la atención y se exhibe una vida miserable, frustrada y llena de odio. Aunque los contraten, no son más que lumpen digital. Bueno, no queda más que concluir que, el aislamiento no siempre produce espíritus en sosiego, pensamientos esclarecidos o predominio de la razón; pero ya se irá la peste.
Rodrigo Larraín
Académico Facultad de Educación, UCEN