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Panchito

Panchito, el Papa, es un gran generador de titulares; cada cierto tiempo nos sorprende con impactantes declaraciones que luego quedan dando bote hasta que sólo algunos nos recordamos de ellas; son declaraciones de gran potencia pues significan resolver un problema de la Iglesia universal, pero se quedan en eso, como declaraciones. Veamos algunas. La incorporación […]

Panchito

Panchito, el Papa, es un gran generador de titulares; cada cierto tiempo nos sorprende con impactantes declaraciones que luego quedan dando bote hasta que sólo algunos nos recordamos de ellas; son declaraciones de gran potencia pues significan resolver un problema de la Iglesia universal, pero se quedan en eso, como declaraciones. Veamos algunas.

La incorporación al sacerdocio de los ‘viri probati’, literalmente, hombre probados; es decir, hombres casados o viudos que podrían ser sacerdotes. Él mismo la insinuó y sus corifeos transformaron una frase dicha al pasar en una posibilidad cierta en el futuro. Hace unas semanas aclara que los sacerdotes casados no son la solución, que quizás en algunas remotas islas del pacífico y, lo más divertido, él cree que es mejor el clero célibe. A la semana tuvo que reconocer que sacerdotes y un obispo habían violado a unas religiosas y, nos enteramos hace poco, de una religiosa contagiada de SIDA en su convento. Los deseos del Papa son desmentidos por la conducta del clero que ha mostrado ser tan sexualmente activo como descontrolado, registrándose depredadores sexuales con niños, adolescentes y mujeres. Si Francisco cree que para el sacerdocio es condición sine qua non el celibato, el número de verdaderos sacerdotes es alarmantemente pequeño.

¿Por qué sucede esto? Parece obvio, es sólo la falta de fe y, como entre los católicos, la fe es la fuente de la moral, perdida la primera, la segunda queda sin sustento y se extingue. Pero el Papa cree que es mejor un clero pseudo célibe de dudosa fe antes que un clero que tiene o ha tenido experiencia sexual. Así que el problema no es el celibato.

Otro titular fue el anuncio de una comisión que iba a estudiar la posibilidad de ordenar mujeres al diaconado. También hubo mucho revuelo, era la confirmación de un nuevo trato para las mujeres. La comisión estudiaría si hubo diáconas en algún momento. Es chistoso porque basta leer el Nuevo Testamento para saber que sí las hubo, dejó de haberlas cuando primó la doctrina sobre la enseñanza de Jesús, los apostates y los primeros cristianos. Uno, haciéndose el listo, expresó que las primeras diáconas no eran equivalentes a los diáconos varones posteriores. Bueno, tampoco hubo sacerdotes en la Iglesia primitiva y nadie ha pensado abolir el sacerdocio. Pero hablar de diaconado femenino en su momento fue un buen titular.

Tal vez es hora de dejar de ser anuncios, la Barca de Pedro sigue amenazando más ruina.

Rodrigo Larraín
Académico U. Central

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