Mucho miedo y nada de esperanza
Según el filósofo Baruch Spinoza las dos pasiones que inspiran a los seres humanos son el miedo y la esperanza. Vivimos una época en que los discursos políticos se basan en el temor a lo desconocido, a lo diferente, a perder el trabajo, la identidad, la pertenencia a un grupo social, a todo aquello que […]
Según el filósofo Baruch Spinoza las dos pasiones que inspiran a los seres humanos son el miedo y la esperanza. Vivimos una época en que los discursos políticos se basan en el temor a lo desconocido, a lo diferente, a perder el trabajo, la identidad, la pertenencia a un grupo social, a todo aquello que ata a una persona al colectivo, quedando la pura individualidad; sin ataduras, pero tampoco con certezas.
El miedo es usado como combustible de la acción contra enemigos supuestamente poderosos, reales o ficticios, cuya destrucción nos llevaría de vuelta a una era dorada. Los demonios son el globalismo que disuelve las fronteras, la delincuencia, la droga, los inmigrantes, los homosexuales, las lesbianas, los transexuales y el marxismo, esta vez devenido en una fuerza cultural que devora los valores nacionales más profundos. En resumen, eso que despoja a ciertos hombres contemporáneos del orgullo de pertenecer a un lugar, a una clase social, de tener una familia, un rol determinado y un empleo seguro.
Aquí la esperanza está puesta en reversa, no en el porvenir, sino en el pasado. Y no importa si las cosas eran diferentes, solo valen las percepciones sobre los hechos, pues hay gente convencida que la tierra es plana y el cambio climático no existe. El resto son encuestas manipuladas, redes sociales que repiten noticias falsas y mentiras para creyentes que no se las cuestionan, ya que son parte de la nostalgia que les provoca su propia historia.
Y los que no piensan así también temen. No se atreven a levantar alternativas porque la respuesta puede ser la derrota inminente, olvidando que la construcción a largo plazo permite cambiar costos ahora por beneficios mañana, que la mirada estratégica proyecta un futuro posible si se hace lo que corresponde en el camino. La inmediatez domina el cálculo político, como si las cosas fueran siempre de la misma forma y la esperanza un ingenuo espacio vacío.
También están los que reivindican la moderación como doctrina, ubicarse en el medio entre dos extremos igualmente peligrosos, pero la reunión de los sensatos no se llevaría a cabo ante delirios simétricos, ya que el peligro se encuentra claramente en el lado que hemos descrito.
Es cierto que la globalización neoliberal desprecia a los perdedores, pero la solución es ayudar a adaptarse, apoyar solidariamente la inserción de muchos en la nueva realidad del trabajo que produce la tecnología, estimular la innovación sin perder de vista las tareas comunes. La globalización es un horizonte de ganancias compartidas y debemos ser capaces de humanizarla, de gobernarla para eliminar las diferencias entre vencedores y vencidos.
Decidirse a actuar, aunque sea por el camino contrario a lo que parece ser el sentido común imperante, es una obligación de los tiempos, sobretodo porque nadie tiene clavada la rueda de la fortuna cuando el cambio permanente es el núcleo vital del momento en que vivimos. Volver a encantarse con y para las mayorías, perder el miedo y ganar la esperanza es la consigna.