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Movilidad y delincuencia

Que sorprendente es darse cuenta como una buena noticia pueda generar opiniones tan diferentes y opuestas. Hace una semana se anunció con bastante ruido y despliegue los posibles trazados que tendrían las nuevas líneas de metro 7, 8, 9 y 10, junto a algunas extensiones. Es indudable que, para sectores como Bajos de Mena, La […]

Movilidad y delincuencia
Uwe Rohwedder 1 agosto, 2019

Que sorprendente es darse cuenta como una buena noticia pueda generar opiniones tan diferentes y opuestas. Hace una semana se anunció con bastante ruido y despliegue los posibles trazados que tendrían las nuevas líneas de metro 7, 8, 9 y 10, junto a algunas extensiones.

Es indudable que, para sectores como Bajos de Mena, La Pintana y Renca por nombrar algunos, la noticia llena de esperanza, cumple con anhelos y sueños postergados por décadas. Sus habitantes esperan con ansiedad que estos proyectos se concreten lo antes posible.

En el oriente de la ciudad, específicamente Vitacura, el panorama es diametralmente opuesto. Las opiniones apuntan con miedo a que las futuras estaciones de metro podrían atraer actos delictivos. Muy lamentablemente, la recién inaugurada línea 3 que termina en el corazón de La Reina ya tiene una estadística negativa que da cuenta de un aumento significativo en acciones como los temidos portonazos. Cuesta creer que estén relacionados, pero de ser así debiera ser una variable inteligente para incorporar en el diseño de las estaciones.

Movilidad de la delincuencia es un fenómeno vivo que está ocurriendo, por lo que el foco del problema sin duda es más complejo y tiene múltiples factores. Vale preguntarse por esos jóvenes protagonistas de hechos violentos contra la propiedad, si aquello lo hacen como un derecho territorial o son reacciones anti sistémicas que vienen de condiciones de desigualdad.

Nuestra sociedad construida sobre la lógica del mercado, ha profundizado vacíos éticos y culturales. Sin duda que la extracción de toda la energía sin piedad del producir y competir para sobrevivir ha dejado gran parte de la educación en las etapas escolares, desapareciendo con ello la comprensión de lo que significa una familia y toda su construcción moral. Esta ausencia ha aumentado la brecha entre entender cuando estoy invadiendo o dañando patrimonios de otros y la conciencia de que estoy actuando en la ilegalidad o perjudicando el bienestar de esos otros.

Desde la mirada académica y de lo arquitectónico, existen hoy estudios serios que sitúan la responsabilidad de conductas delictuales en la forma de vivir. Los barrios y condiciones espaciales deterioradas, hacinamientos, poca luz natural, la ausencia de áreas verdes y/o paisajes naturales, son condicionantes de desesperanza y gatillan con mucha facilidad actos delictuales.

La disposición de áreas comunes que invitan al encuentro, que se diseñan con la intención de ser mirados, que generan pertenencia a la comunidad, son contrapuestos a aquéllos pasajes enfrentados largos, oscuros, densos y de un pasar rápido como calles sin fin y perspectivas encerradas. Es tan distinto una ventana que mira un espacio con vida, a tener que cerrar la misma por proximidad, o simplemente por enfrentar la monotonía de otra ventana.

Desde luego, esto es una reflexión abierta y sin duda los elementos arquitectónicos deben complementarse con factores sociales, pero es una realidad que los espacios en que se sobreponen más hechos simultáneamente alegran el corazón, porque la retina del ojo suele moverse más rápido por los estímulos que genera la composición arquitectónica de ese lugar.

Uwe Rohwedder
Académico Facultad de Ingeniería y Arquitectura, U. Central

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