Morir decentemente
Hace un par de días, una persona muy enferma, muy lúcida y con deseos de morir, logró su objetivo auxiliada por su hija. Cuando no tenemos la oportunidad de conservar la dignidad porque no tenemos una legislación que autorice el suicidio asistido o la eutanasia, estamos condenados a terminar como verdaderas piltrafas casi humanas en […]
Hace un par de días, una persona muy enferma, muy lúcida y con deseos de morir, logró su objetivo auxiliada por su hija. Cuando no tenemos la oportunidad de conservar la dignidad porque no tenemos una legislación que autorice el suicidio asistido o la eutanasia, estamos condenados a terminar como verdaderas piltrafas casi humanas en medio de unos dolores inaguantables, a perder toda dignidad y a renegar de nuestras creencias en el ser humano, también en Dios. Declarar que se “opta por la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural” suena bien, pero no es verdad. Son dos polos no equivalentes, por ejemplo, quedan fuera los accidentes y las enfermedades mortales, y se compara un momento inicial, en que la persona no tiene nada que se le pueda objetar, con un momento en que la persona sí tiene mucho que decir –cuando puede hacerlo– en el poco tiempo que le queda.
Po ello negar la eutanasia y oponerse al homicidio por aborto es absurdo, pues no tienen que ver una con el otra, salvo en que se refieren a la vida, pero vidas muy distintas. Esperar que todos muramos de la mejor manera posible, con cuidados paliativos, rodeados del personal médico adecuado y en medio del amor de los que nos rodearían en ese trance, no es más que una mirada bucólica. Que haya una clínica, o unas cuantas más, que cuiden a sus ancianos y enfermos terminales es sólo una excepción, pero que no tiene como llegar a todos los que requieren esa clase de tratamiento y establecimiento.
También que diferenciar eutanasia de suicidio asistido. Llama la atención ese afán por posponer la muerte a todo trance; es difícil invocar a Dios para argumentar dicha oposición. Uno supone que los creyentes estaríamos dichosos de ver a Dios y no habla de una fe muy robusta esquivar la presencia divina. En estos días el Evangelio recordaba que cuando Jesús llamó para que lo siguieran reprochó a aquellos que esgrimieron una excusa para ir más tarde, muchos que se niegan a discutir la posibilidad de la eutanasia parece que nunca leyeron ni oyeron esta ‘perícopa’ de Lucas 9 y muestran que retardarán todo lo que se pueda su comparecencia final. Paradójico al menos.
Rodrigo Larraín
Académico Facultad de Educación y Ciencias Sociales, U.Central