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La obligación moral del poder nuclear

Por: Ignacio Paz Palma,
Periodista y académico U. Central.

La obligación moral del poder nuclear
Ignacio Paz 11 agosto, 2025

Hace 80 años, el mundo contempló por primera vez el rostro devastador de la energía atómica. Hiroshima y Nagasaki se convirtieron en símbolos del horror, la muerte y el límite moral que nunca debimos cruzar. Hoy, ocho décadas después, somos testigos de escaramuzas que ponen en vilo al planeta.

En junio de este año, el conflicto entre Israel e Irán reactivó los temores más profundos de la humanidad. El ataque israelí a instalaciones nucleares en Teherán y Natanz, en respuesta al presunto enriquecimiento de uranio por parte del régimen iraní, mostró cuán delgada es la línea entre la disuasión y la guerra total. Y nos volvimos a preguntar ¿Puede el uso o la amenaza de armas nucleares justificarse moralmente?

Las bombas lanzadas sobre Japón, con su saldo inmediato de más de 100 mil muertos, abrieron una grieta ética en la historia. Se logró la rendición del imperio Nipón, pero nadie ganó, solo fue un nuevo orden global desde el miedo y la destrucción masiva como estrategia de poder. Desde entonces, el desarrollo de las armas nucleares está en la mira moral entre el progreso científico y la conciencia humana.

Hoy el debate ético se divide en dos visiones. Por un lado, los que creen que la amenaza nuclear ha evitado guerras mayores; por otro, los que sostienen que vivir bajo la sombra de una posible aniquilación es una derrota moral colectiva. ¿De qué sirve la paz, si se mantiene a costa del terror?

La Guerra Fría formalizó la lógica de la disuasión: no atacar para evitar el contraataque. Pero esa “paz que no es paz”, como la llamó George Orwell, consolidó un orden de superpotencias capaces de destruir el planeta solo apretando el famoso botón y nos convertimos en rehenes de esos arsenales para terminar en la encrucijada de cómo hacer que nunca se usen.

El mundo está en manos de líderes que desprecian el bien común: Trump, Putin, Netanyahu, Kim Jong-un, entre otros, concentran un poder letal sin contrapesos. En ese escenario, las armas nucleares dejan de ser una amenaza abstracta y vuelven a ser una posibilidad concreta.

A pesar de los tratados, la voluntad política para eliminar estas armas es débil y como ciudadanos no estamos muy conscientes del riesgo que esto significa. Tampoco tenemos la fuerza ni la capacidad para decir y exigir un BASTA.

Científicos como el astrónomo Carl Sagan advirtió alguna vez que, frente a tecnologías capaces de alterar el equilibrio del planeta, se impone la urgencia de una ética global sin precedentes. Hoy más que nunca, necesitamos líderes con sentido de humanidad, pueblos movilizados por la paz y una ciencia al servicio de la vida. Porque si imaginamos un mundo de posguerra nuclear solo tendría sobrevivientes deseando haber estado entre los muertos.

Mientras tanto, los de Hiroshima y Nagasaki siguen recordándonos lo que significa el infierno en la Tierra. En 2024, la organización Nihon Hidankyo recibió el Nobel de la Paz por su lucha contra las armas nucleares. Su mensaje es claro: “Que nunca vuelva a pasar”. Es una invitación a enfrentar la cuestión nuclear desde la dignidad humana y no aceptar vivir al borde del abismo.

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