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¿Por qué una universidad debe contar con investigador@s?

Entre 1690 y 1781, numerosos astrónomos, incluidos algunos de los más destacados científicos europeos de la época, avistaron en el cielo un objeto brillante, similar a una estrella, en la posición que, actualmente suponemos, debía ocupar entonces Urano.  La mayoría de ellos concluyó de que se trataba de una estrella. Este hecho se repitió durante […]

¿Por qué una universidad debe contar con investigador@s?

Entre 1690 y 1781, numerosos astrónomos, incluidos algunos de los más destacados científicos europeos de la época, avistaron en el cielo un objeto brillante, similar a una estrella, en la posición que, actualmente suponemos, debía ocupar entonces Urano.  La mayoría de ellos concluyó de que se trataba de una estrella.

Este hecho se repitió durante el período señalado al menos diecisiete veces. Uno de los más connotados observadores de Europa estudió en 1769 la presunta estrella durante cuatro noches seguidas, sin notar rasgo alguno que pudiese alterar la idea de que se trataba de una estrella.

Doce años más tarde fue la primera vez que Sir William Herschel, músico y astrónomo de origen británico-alemám – observó el mismo objeto y lo hizo con un telescopio de su propia fabricación. Al analizarlo pudo notar que el tamaño del disco era muy poco usual para las estrellas. Ante esto, decidió postergar su pronunciamiento acerca de la naturaleza del objeto hasta realizar un examen más pormenorizado de él. Ese estudio más detallado mostró que el objeto no se encontraba en un punto fijo, sino que se desplazaba entre las estrellas. Como consecuencia de esto, Herschel pensó, en ese momento, que se trataba de un cometa.Varios meses después, y luego de infructuosos esfuerzos por identificar la trayectoria del objeto con la órbita propia de un cometa, Herschel,

concluyó qué la órbita del cuerpo en análisis era sin duda idéntica a la de un planeta, y por lo tanto, el objeto en cuestión, no podía ser sino eso.

Desde el momento en que el descubrimiento de Herschel fue aceptado por la comunidad científica aconteció un cambio en el cosmos, no el del universo, sino en el nuestro: la ciencia observó – nuevamente – el testimonio como solamente a través de la superación de los paradigmas progresa el conocimiento.

¿Qué llevó al protagonista de esta historia a convertirse en héroe y no en villano?  ¿Virtuosismo? ¿Ambición? ¿Recursos? ¿Sería un antepasado de Tony Stark? ¿Un descendiente de Da Vinci? Para estos efectos da igual: solamente sirve para ejemplificar un patrón que se convierte en una virtuosa secuencia interminable: aprender/investigar/ enseñar.

Aprendemos para intentar comprender el mundo, para socializar e interactuar al interior de los diversos campos que configuran la vida en sociedad. Pero el aprendizaje, el genuino, estimula preguntas, origina inquietudes – en fin – provoca cuestionamientos imposibles de responder con la información de la que disponemos. Por eso el conocimiento adquirido mediante el aprendizaje nos empuja a investigar, a pesquisar nuevos elementos que nos distancien menos de esas insoportables dudas que invariablemente serán secuelas del conocimiento. Y una vez que nos topamos con algún hallazgo, es que experimentamos la necesidad de compartirlos, divulgarlos, enseñarlos. De esa forma, comenzamos nuevamente este ciclo virtuoso: el mundo es tan complejo que cada nueva pieza de su rompecabezas suma otro elemento, al mismo tiempo que abre insospechadas compuertas que conducen a caminos en dimensiones inimaginables. Así es que nuevamente sentimos la urgencia de investigar…

¿Y por qué alguien decide adentrarse en este patrón que se convierte en una secuencia interminable? Algunas personas tienen una especial predilección por la erudición; se alimentan de la sabiduría. Son, como decía Kant, Amigos de la Verdad, esos que no se jactan de tenerla sino de perseguirla incansablemente. Otras, lo hacen por conveniencia, la acumulación de capital cultural es un factor de reconocimiento en palabras de Pierre Bourdieu. El mercado, a veces, también opera como motivación de este proceso: las métricas con que actualmente se evalúa el rendimiento de los y las docentes es un poderoso músculo en la mano invisible de la economía en la Academia. Otras personas se insertan en este espiral sin fin por mera responsabilidad, porque sienten que el conocimiento es un elemento emancipador, que no solo mejora las condiciones de vida de los seres humanos, sino que posibilita que aquélla sea digna. Lo fabuloso de esta última motivación consiste en que igualmente logra sus objetivos, aunque los hallazgos de una pesquisa se hayan originado en alguna de las otras tres.

José Ignacio Núñez Leiva
Facultad de Derecho y Humanidades – UCEN

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