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Guerra Comercial China–Estados Unidos: Desafíos para América Latina

Por: Edgardo Riveros y Francisco Castañeda
Centro de Estudios de Política Internacional- CEPI UCEN

Guerra Comercial China–Estados Unidos: Desafíos para América Latina

La rivalidad entre China y Estados Unidos (USA) se ha consolidado como uno de los principales ejes del sistema económico global. Lo que comenzó en 2018 como una guerra comercial con aranceles recíprocos ha derivado en una competencia estratégica más amplia, con implicancias profundas para países de América Latina. La región, históricamente dependiente de ambas potencias como socios comerciales, se encuentra en una posición delicada: aprovechar las oportunidades que surgen del conflicto sin quedar atrapada en una nueva lógica de Guerra Fría. Desde su ingreso a la OMC en 2001, China ha transformado su rol en la economía global, consolidándose como la segunda economía del mundo y el mayor exportador. La implementación de iniciativas como la Franja y la Ruta y “Made in China 2025” evidencian una estrategia proactiva para consolidar su poder económico y tecnológico. Para USA, esta evolución significó pasar de considerar a China un potencial aliado del orden liberal a verlo como su principal rival estratégico. Durante el primer gobierno de Trump, se impuso una agenda proteccionista que incluyó aranceles sobre cientos de miles de millones de dólares en bienes chinos. La narrativa buscó rescatar la industria estadounidense, pero estudios posteriores demostraron que el resultado fue adverso para trabajadores y consumidores, mientras los sectores tecnológicos y financieros fueron los principales beneficiados. A nivel global, la confrontación exacerbó la incertidumbre económica, afectó flujos de inversión y generó presiones inflacionarias. En este contexto, Latinoamérica, lejos de ser un espectador pasivo, vive con intensidad los efectos de esta pugna. China ha ganado presencia como socio comercial, inversionista y prestamista. Al mismo tiempo, USA sigue siendo una fuente clave de tecnología, inversión e influencia institucional. Los países de la región, conscientes de su dependencia económica, han optado por un equilibrio pragmático: ampliar vínculos con ambos polos sin comprometerse ideológicamente. Aquí surgen dos casos emblemáticos: Chile y Brasil, que, si bien comparten socios estratégicos, adoptan estrategias muy distintas. Desde los años 90, Chile ha desplegado una diplomacia comercial intensa basada en tratados de libre comercio. Actualmente tiene acuerdos con más de 60 países, incluyendo a China y USA, lo que le da acceso preferencial a buena parte del PIB global. Ante la guerra comercial, ha optado por una postura cautelosa, buscando mantener relaciones positivas con ambas potencias. Ha profundizado su tratado con China y colaborado con la Franja y la Ruta, sin dejar de estrechar lazos con USA en ámbitos como inversión y defensa. Este equilibrio ha sido exitoso en términos comerciales: en 2023, el 38% de las exportaciones chilenas iban a China (principalmente cobre), y un 14% a USA. Chile ha evitado una postura política explícita, privilegiando el multilateralismo y las reglas del comercio internacional como marco de actuación. Pero esta estrategia podría resultar insuficiente si la disputa escala aún más, como ocurre con los actuales aranceles punitivos superiores al 100% entre ambas potencias. La vulnerabilidad estructural de Chile ante shocks externos evidencia la urgencia de diversificar su matriz productiva, generar mayor valor agregado y fortalecer capacidades tecnológicas propias. Brasil por su parte, como potencia regional con más de 210 millones de habitantes y una economía entre las diez mayores del mundo, ha optado por una estrategia más ambiciosa. Su política exterior históricamente ha defendido la autonomía estratégica, participando en bloques como los BRICS y promoviendo un orden multipolar. En el plano económico, China se ha consolidado como su principal socio desde 2009. En 2023, el 30% de sus exportaciones fueron a China, y el 23% de sus importaciones provinieron de ese país. En contraste, USA representó solo el 10% de las exportaciones brasileñas. Pese a tensiones durante el gobierno de Bolsonaro, quien inicialmente intentó vetar a Huawei del 5G y tuvo discursos confrontacionales con China, los vínculos comerciales no solo se mantuvieron, sino que crecieron. Con el retorno de Lula en 2023, Brasil recuperó su vocación multilateral y reforzó su protagonismo global. Lula firmó acuerdos con China que incluyen cooperación tecnológica y mecanismos de pago en monedas locales, al tiempo que recibió delegaciones estadounidenses interesadas en inversiones verdes. La clave ha sido la diversificación de alianzas sin comprometer su autonomía. No obstante, Brasil también enfrenta retos estructurales. La concentración del comercio con China en bienes primarios amenaza con consolidar un modelo extractivista que debilita su base industrial. Para contrarrestar esto, ha promovido inversión china en sectores industriales y tecnológicos. Empresas chinas de automóviles y electrónica están estableciendo operaciones en el país, y se han concretado adquisiciones estratégicas, como en el sector eléctrico. Aun así, el desafío es lograr que estas inversiones generen encadenamientos productivos y transferencia tecnológica reales. Pero el rol de China en América Latina ha evolucionado con la incorporación del gigante asiático a la economía internacional. Si al inicio se limitaba a comprar materias primas, en las últimas dos décadas ha desplegado una estrategia dual: inversión directa en nuevos proyectos que comienzan desde cero (greenfield) y adquisición de activos existentes en sectores clave (M&A). Entre 2000 y 2020, las empresas chinas realizaron cerca de 480 transacciones por US$160.000 millones, enfocadas en energía, minería, telecomunicaciones e infraestructura logística. Paralelamente, los bancos chinos han prestado más de US$141.000 millones a la región, superando al BID y al Banco Mundial. En algunos casos, estas operaciones han sido cuestionadas por condicionar el repago con recursos naturales, generando riesgos de “trampa de deuda”, como en Venezuela o Ecuador. Sin embargo, en años recientes se observan cambios. China muestra interés en invertir en sectores de valor agregado como autos eléctricos, energías renovables y tecnología avanzada. La CEPAL interpreta esto como un tránsito hacia una relación más madura, aunque aún incipiente. Todo lo anterior implica un claro mensaje para América Latina: la diversificación no puede limitarse a firmar tratados o cambiar de socio dominante. Se requiere una estrategia integral que incluya diversificación productiva; esto es avanzar hacia exportaciones de mayor valor agregado. En el ámbito de la educación y la innovación invertir en capacidades tecnológicas y formación de capital humano. Todo lo cual despliega una política industrial activa que fomente sectores estratégicos y encadenamientos productivos. Y a nivel regional, una situación difícil de alcanzar, pero no imposible, es negociar en bloque para evitar presiones unilaterales de las grandes potencias. Y siempre salvaguardando criterios de sostenibilidad y soberanía para evitar relaciones que comprometan recursos o principios básicos de desarrollo.

La rivalidad tecnológica y comercial entre China y USA también puede representar una oportunidad. Así, América Latina podría atraer parte de esas inversiones si ofrece estabilidad, infraestructura y capacidades laborales adecuadas. En el plano macroeconómico, la persistencia de la guerra comercial podría requerir políticas más activas. Será necesario repensar el balance entre control de inflación y crecimiento, incluyendo una política monetaria que privilegie el empleo, y si este primer frente no es capaz de sostener la economía, se requerirá un activismo fiscal que acepte mayores niveles de deuda pública para sostener a las familias y al tejido productivo.

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