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El suicidio de la Iglesia

El fracaso de la Iglesia Católica, o su suicidio, es el resultado de varis hechos. El principal es ser un sistema basado en la homosexualidad desde la misma Santa Sede hasta la última capilla en algún remoto lugar del mundo; la ambigua relación con esta conducta sexual que implica la descalificación homofóbica pública absoluta y, […]

El suicidio de la Iglesia

El fracaso de la Iglesia Católica, o su suicidio, es el resultado de varis hechos. El principal es ser un sistema basado en la homosexualidad desde la misma Santa Sede hasta la última capilla en algún remoto lugar del mundo; la ambigua relación con esta conducta sexual que implica la descalificación homofóbica pública absoluta y, simultáneamente, una homofilia o la práctica privada de conductas homosexuales por sacerdotes, obispos, cardenales y otros monseñores. El reclutamiento de adolescentes en los seminarios menores antes de la madurez afectiva y sexual y la vida religiosa en muchos países como la única salida profesional digna y que disimula la falta de interés por las muchachas sin dar explicaciones; por cierto que la socialización entre varones pone como objetos de afecto a otros varones cercanos, de ahí a la dependencia afectiva y a un posible abuso sexual de los mayores hay un paso.

Las anteriores son afirmaciones de Frédéric Martel en su investigación periodística ‘Sodoma’. Es un trabajo muy bien documentado con entrevistas desde los cardenales de la Curia Romana hasta sacerdotes, y alguno que otro laico bien documentado; no es una obra antihomosexual, el autor lo es, sino que es un desmontaje de la inconsecuencia ética de la Iglesia, que ha producido una importante cantidad de homosexuales homofóbicos; la consagración de la doble vida. Martel da, entre otras, dos conclusiones aterradoras, primero, que no hay un lobbt gay en el Vaticano, no es necesario, pues se trata de un sistema que, a pesar de la flagrante contradicción teológica y moral seguirá funcionando, también atribuye la renuncia de Josef Ratzinger al Papado por lo extensa y poderosa red homosexual en el Vaticano y que no pudo terminar.

Aunque Martel no lo insinúa, puede haber una conexión entre sacerdocio homosexual y pedofilia, tal vez el autor los consideraría sin más como pervertidos: podemos inferir que él cree que las condiciones de los seminarios tuercen perversamente a jóvenes homosexuales. Es un panorama desolador. El papa anterior no pudo y no supo responder a la crisis producida por los abusos sexuales –hétero u homosexuales– del clero. ¿Cómo reacciona Francisco? Echando mano a un criterio tradicional en él: ganar tiempo y disimular el inmovilismo.

Francisco ganó tiempo cuando la crítica a la misoginia eclesiástica arreciaba, y de la manga saca la frase que va a constituir una comisión para estudiar la factibilidad de ordenas diaconisas; quedó ante el público muy bien; pero cualquier católico medianamente ilustrado sabe que hubo diáconas y que la evidencia histórica es tan potente que quienes desconocen su existencia o que dicen que no eran propiamente diáconas han quedado desautorizados. Más adelante, a propósito de la ofensiva comunicacional gay dijo otra frase para el bronce: “Quien soy yo para juzgar”.

La dramática situación de la Iglesia, con sus miserias y crímenes de pedofilia, exigía de la jerarquía eclesiástica algunos gestos de grandeza, especialmente aquellos que muestran un clero en vías de moralización y un profundo mea culpa. Previo al Sínodo de la Amazonía el Papa también dijo que iba a estudiar la posibilidad de ordenas viris probati (varones probados) casados. En la lectura de las conclusiones del Sínodo el Papa descartó ordenar diáconos y ni se refirió a la ordenación de hombres casados. ¿Por qué? Porque la Iglesia es un sistema de una rigidez extrema aunque parece que coexisten muchas visiones de pugnas en su interior, si, puede ser pero, finalmente, terminar todas articulándose Francisco perdonó a Gutiérrez y a Boff condenados al infierno teológico por Ratzinger, o sea, nunca hubo compromisos de importancia teológica.

No habrá diáconas, mujeres sacerdotes ni sacerdotes casados, son miles de años de repulsa a las mujeres; todo indica que el pretexto del celibato es válido sólo para relaciones con mujeres, ya que la activa vida sexual del clero no es con mujeres, tan sólo excepcionalmente en algunos lugares de África, Centro y Sudamérica. No será muy ordenada ni virtuosa, pero activa lo es. Si no fuera ofensivo para los cristianos, la defensa del celibato que hicieron en diversos medios digitales católicos varios sacerdotes sería chistosa. Está difícil conservar la fe.

Rodrigo Larraín
Sociólogo y académico de la U.Central
 

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