Columnas

El Cardenal Medina

Rodrigo Larraín
Académico Universidad Central

El Cardenal Medina
Rodrigo Larraín Contador 10 diciembre, 2021

La muerte de Mons. Jorge Medina ocurre en el peor momento de la Iglesia chilena, los medios nos han recordado aspectos anecdóticos que lo dejan con una imagen más bien negativa.  Se le recuerda como un hombre conservador, tradicional, adusto y lejano; se resalta vagamente su rol académico y sus buenas relaciones con Juan Pablo II, también el que ladraba, como se puede ver en algunos videos.  Es decir, un conservador, lejano y algo ridículo; en otras palabras, que la Iglesia se equivocó rotundamente al promoverlo a las más altas dignidades eclesiásticas.  Si Jorge Medina es poco serio, la Iglesia que le premia su carrera es también poco seria.

El párroco de mi adolescencia, P. José Valdés Covarrubias, lo admiraba, lo había tenido de prefecto en seminario y lo recordaba como estricto, rezador y muy escrupuloso e investido de su rol de prefecto.  Lo consideraba un sacerdote medio intelectual, un poco místico y, según él, un hombre preciso para cumplir el rol sacerdotal.  Pero el P. Pepe demostró sólo ser un gran amigo y un mal conocedor de los hombres y vaya a saber un por qué se formó esa impresión cuando coincidieron en el seminario.  La verdad es qu7e, por lo menos así me parece, que las transformaciones del mundo, las propias de la Iglesia debidos al Concilio, hizo que se tuvieran que replantearse sus roles, uno fue párroco y el otro se movió en las cúpulas de poder eclesiástico.

Sorpresivamente fue obispo de dos diócesis, en Rancagua lo traté mucho más directamente y conocí su carácter, a esas alturas, famoso.   Estableció vínculos con la casa de estudios superiores en donde yo trabajaba y nos pidió fundar un programa de Pedagogía en Religión.   Como no tenía con qué armar el programa se acordó que la diócesis pondría los académicos de materias teológicas y religiosas y nosotros las materas pedagógicas y de fundamento, todo se basaba en un supuesto: que había profesores católicos que quisieran trabajar gratis.  Todo funcionó bastante bien, y me convertí en director de una carrera pedagógica.  El único problema fue puso un sólo profesor y tuvimos que ocupar todos nuestros contactos para conseguirlos.  Ya viajaba mucho a Roma y era su Vicario General, Mons. Figueroa, el obispo en funciones.   Recuerdo dos hechos que ilustran su personalidad: la misa inaugural del programa que ofició él y me pidió que lo acompañara como ministro en el altar, además varios seminaristas; el otro hecho es que me nombró Ministro Extraordinario de la Sagrada Eucaristía, mediando un largo y solemne decreto escrito en latín.

Y del episcopado residencial, catapultado por su amigo Juan Pablo II, a las alturas del poder eclesiástico. A una edad en que los prelados comienzan a finalizar sus actividades episcopales, Mons. Medina se reinventaba en Roma, en medio de una burocracia de Sagradas Congregaciones, Dicasterios y otras reparticiones. Lo hizo con brillo, celoso guardián de la pureza doctrinal, sin responsabilidades   pastorales que le exigieran empatía, ante los ojos de su superior, el Papa,

Bueno, el hecho es que Mons. Medina no fue el intelectual soñado, una nueva figura conservadora de fuste o el tradicionalista espectacular; fue autor de unos libritos de divulgación sobre los sacramentos, lejanos de la teología pues sus destinatarios parecen ser párvulos o niños.   El cardenal Medina era un ortodoxo, alguien que no iba cuestionar el menor detalle de la fe, si la fe es un todo revelado, cualquier pequeño cambio es una deformación inmensa en ese todo. Así que ni reinterpretación ni cambio alguno. Todo debe ser perseguido con la misma saña ya que en éste esquema mental no hay nada principal o secundario.

Y era ortodoxo también porque nunca se apartó de la Iglesia ni del Santo Padre sintiéndose más bueno que los demás.  Y también le debemos un gran servicio, el haber presentado su amigo Juan Pablo II los crímenes sexuales de Marcial Maciel haber atajado la impunidad que lo habría llevado a los altares. Tuvo poca suerte, nació en unos tiempos de obispos muy brillantes, pero en épocas como las actuales habría sido luz y prez de la Iglesia en Chile.

Columnas Relacionadas