Cuando la ciencia olvida la ética
Por: Diego Silva Jiménez
Subdirector Unidad de Salud Pública y Bioética, Facultad de Medicina, U.Central
La investigación científica, en cualquier disciplina, se erige sobre un principio irrenunciable: el respeto a la dignidad humana. No hay avance que justifique vulnerar ese límite. Sin embargo, episodios recientes han vuelto a evidenciar la fragilidad de ese compromiso ético cuando el poder se antepone a los derechos de quienes participan en una investigación.
Toda investigación con seres humanos debe sustentarse en un marco de respeto, transparencia y responsabilidad. La ética no es un obstáculo burocrático, sino la condición que legitima el conocimiento. Cuando la ciencia se practica sin ella, deja de ser un acto de búsqueda y se transforma en un ejercicio de dominación.
Ezequiel Emanuel, uno de los referentes contemporáneos de la bioética, plantea siete principios esenciales para toda investigación ética: Valor social, Validez científica, Selección equitativa de sujetos, Proporción favorable de riesgo-beneficio, Evaluación independiente, Consentimiento informado y Respeto a los sujetos inscritos. Estos principios no son teóricos; son guías prácticas que resguardan la integridad y la autonomía de las personas. En especial, el consentimiento informado —libre, consciente y sin coerción— constituye la base del vínculo ético entre investigador y participante. Cuando existe una relación jerárquica de cualquier tipo, esa libertad se vuelve especialmente vulnerable.
La ley chilena N° 20.120 refuerza esta mirada. Toda investigación que implique intervenciones físicas o psicológicas requiere autorización institucional, revisión de un Comité Ético Científico acreditado y consentimiento previo y explícito de los participantes. Este marco normativo no busca limitar la ciencia, sino proteger su sentido más profundo: contribuir al bienestar sin dañar.
Los comités éticos, lejos de ser una formalidad, son espacios de deliberación moral y técnica que permiten evaluar riesgos, asegurar justicia en la selección de participantes y garantizar que los fines científicos no se antepongan al respeto por la persona. Sin esos controles, la investigación corre el riesgo de regresar a una lógica premoderna, donde la curiosidad o el prestigio justificaban cualquier medio.
La verdadera ciencia avanza con rigor, pero también con humanidad. Investigar éticamente significa reconocer al otro como sujeto de derechos, no como objeto de estudio. Significa entender que el conocimiento no puede construirse sobre la vulneración ni sobre el miedo, sino sobre la confianza y el respeto.
Este debate interpela a todas las instituciones de educación superior: para que fortalezcan la formación ética, transparentar los procesos de investigación y consolidar comités de ética activos y con autoridad real. No basta con reaccionar ante las denuncias; se requiere una cultura científica que asuma la ética como parte esencial del método, no como un requisito externo.
El progreso científico solo tiene sentido cuando se sostiene sobre el respeto a la dignidad humana. Sin ética, la ciencia pierde su legitimidad; y lo que pretendía ser conocimiento se convierte en transgresión. Recordarlo no es una opción: es una responsabilidad moral ineludible.