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El partido de Dios

Los malos análisis sociales, como decía Weber, parten con la historia. Entender el rol que juegan los evangélicos en política, no implica hablar de los primeros misioneros, en el siglo XIX, de las tensas relaciones con la Iglesia Católica y menos suponer que el Pentecostalismo y otras iglesias de raíz evangélica son el reemplazo del […]

El partido de Dios
Rodrigo Larraín Contador 16 noviembre, 2018

Los malos análisis sociales, como decía Weber, parten con la historia. Entender el rol que juegan los evangélicos en política, no implica hablar de los primeros misioneros, en el siglo XIX, de las tensas relaciones con la Iglesia Católica y menos suponer que el Pentecostalismo y otras iglesias de raíz evangélica son el reemplazo del catolicismo. Poco tienen que ver los actuales pentecostales con los alemanes que llegaron al sur de Chile y que se instalaron como luteranos.

Las iglesias evangélicas votaron en Chile desde fines del siglo XIX por los radicales, más tarde por los socialista y desde mediados del siglo XX bastantes por la Democracia Cristiana, en esos años ecuménicos. Preocupan los evangélicos en política porque están votando por la derecha, incluso la más radical y exagerada. ¿Por qué lo hacen? ¿a qué se debe el viraje? No es que estos creyentes se hayan vuelto cómplices de los nostálgicos de las dictaduras y demás regímenes de fuerza, tampoco que hayan optado por la ideología neoliberal ni que se hayan vuelto populistas; nada de eso, simplemente decidieron poner sus votos en candidatos que les ofrezcan proteger su fe.

Los evangélicos han sido preocupados por la defensa de los pobres en Argentina y son reaccionarios en Guatemala (incluso apoyando a un sórdido dictador evangélico que terminó sus días reconciliado con la Iglesia Católica, lo que muestra que tienen una dosis de ingenuidad importante); pero su principal preocupación es poder vivir su fe con libertad. Y de ahí que hayan empezado a surgir candidatos dentro de sus filas aprovechando cupos de partidos. No tienen el cinismo de los profesionales de la política, de ahí que sean imprudentes y, a veces, descorteses, pero Dios está primero. Lo que ocurre es que por primera vez los evangélicos han entrado como actores directamente en la escena política.

Además los evangélicos son vistos como contención ante el avance de grupos autodenominados progresistas, aunque sus principales preocupaciones son elíticas y desconectados del sentir de los pobres del campo y la ciudad que es donde los evangélicos tienen más adherentes. La virulencia que a veces demuestran es porque la ideología de género se opone a la Revelación; por ello suelen calificarla de discurso totalitario. También su incipiente éxito tiene que ver con que los partidos existentes viven una crisis de legitimidad por falta de representatividad, debido a que dejaron de sintonizar con su electorado, por decirlo con algo de finura.

Quizás sea un nuevo pentecostalismo un ‘neopentecostalismo’, más de trinchera que de templo. Son de ultraderecha, quizás sólo porque allí tienen espacio y porque la izquierda ya no gusta de un pueblo religiosos y pobre, poco sofisticado y hoy bastante aspiracional, con otra cultura que no han perdido y que no se ha secularizado, a pesar de todo. Pero la gente sencilla entiende su mensaje, que siendo cristiano es de salvación, así que les pueden dar una oportunidad, puesto que se presentan como salvadores morales y de la política por medio de la fe. Quizás estén las condiciones para que creen sus propios partidos y, cuando la Iglesia Católica está moralmente en el suelo, los católicos voten por estos.

Rodrigo Larraín
Académico Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Central de Chile

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