Una vez más, el deporte rey hace noticia y no precisamente por grandes actuaciones individuales, por loables acciones colectivas, sino que por meros actos delictuales a los que lamentablemente ya nos estamos acostumbrando y a los que nadie les pone atajo, pese a que en muchas ocasiones han dicho basta y que se tomarán severas medidas para “cortar de raíz estos hechos vandálicos”.
Una vez más, un partido de fútbol se debe suspender debido a que los mal llamados barristas se apoderan del espectáculo, claro que de un acontecimiento manchado ya en reiteradas oportunidades por delincuentes que hacen de las suyas a vista y paciencia del público, de guardias, de cámaras que graban y de personeros del fútbol que impávidamente ven cómo se ensucia una actividad que ellos mismos dirigen y que no son capaces tomar las decisiones adecuadas para impedir que sempiternamente se sigan viviendo y sufriendo hechos que pudieran finalizar en lamentables consecuencias.
Una vez más, niños, mujeres y aficionados al tablón ven truncadas sus ilusiones de disfrutar con un clásico futbolístico, que por muy venido a menos que esté, de todas maneras, despierta el interés de gente y fanáticos que, además, no solo salen de su casa para ir a un estadio que el club de sus amores no tiene, sino que deben viajar más de 400 kilómetros para vivir una desilusión enorme y un largo regreso muy desmotivador.
Una vez más, un organismo estatal, Estadio Seguro, dependiente del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, salta al tapete noticioso porque las acciones tomadas desde el año 2011, cuando fue creado, no han dado los frutos que se han implementado y las vergonzosas imágenes que hemos visto, han dado la vuelta al mundo, ensombreciendo una disciplina que se dice profesional. El que una persona deje su cargo no soluciona el problema, independientemente de que aquello se produzca.
Una vez más, se escuchan voces que suplican que los agentes del orden retornen a los reductos deportivos, que los estadios se llenen de carabineros para que el fútbol se pueda desarrollar en condiciones adecuadas como si fueran los grandes salvadores de la pasión de multitudes, pero se olvidan que, en épocas pretéritas, teniendo en los recintos de fútbol a quienes hoy claman su regreso, estos hechos también se produjeron y pruebas hay demasiadas, incluso con lamentables consecuencias mucho más graves que las que dan motivo a esta columna. La memoria es frágil.
Una vez más es indignante escuchar a autoridades del fútbol chileno, después de lamentarse de lo ocurrido, preocuparse de si el equipo local debe perder los puntos, si el encuentro se debe jugar sin los aficionados o si se debe cambiar de estadio, como si algunas de esas medidas fuera la gran solución para terminar con los actos que se vienen produciendo con mayor asiduidad, pero que muchos no tienen la connotación de un clásico, como le llaman quienes olvidan que ese vocablo significa modelo digno de imitación.
Bochornosos incidentes como los descritos, se acabarán solamente cuando distintos estamentos involucrados en una actividad privada, trabajen conjuntamente y tomen las medidas que realmente sean las necesarias. Hay que invertir en tecnología para impedir que delincuentes una y otra vez sean los protagonistas del espectáculo, lumpen que son asiduos al tablón y que ya están identificados desde hace tiempo. Hay que modificar las penas para que estos mal llamados hinchas tengan el castigo que se merecen y no solo una palmadita como hasta ahora.
Los clubes deben tener gente idónea, que sirva al fútbol y no se sirva de él. El organismo máximo del balompié en nuestro país debe tener dirigentes que sigan la misma senda que los anteriormente mencionados. Solo así, junto con otras medidas educativas y punitivas, podremos disfrutar de un deporte que intenta desarrollarse adecuadamente.
Si quienes tienen la responsabilidad de velar por el adecuado desarrollo, en acontecimientos venideros no tendremos que referirnos a ellos diciendo: “Una vez más…”