Concluye la administración en plena polémica, y frente a un segundo e inédito “impeachment”. Podía decidirlo el Senado antes de asumir Biden, lo que no ocurrió, o después, con nuevas mayorías, inhabilitar su reelección el 2024, y activar otros juicios. Su mandato no ha sido habitual. Sacudió la predecible alternancia entre políticos Republicanos y Demócratas, creando anticuerpos, y enemigos poderosos que no le perdonaron nada, ni los aciertos. Personalizó su administración y advirtió al mundo que “América estaba primero”, practicándolo. Con arrogancia y sin mesura, desafió a todos, imponiendo el poderío norteamericano, sin dejar alternativas. Cualquier apoyo quedó supeditado a su voluntad, o era un adversario.
No aceptó la derrota e intentó deslegitimar a su vencedor, sin ganar ninguna instancia institucional. Procuró una relación directa con el electorado incitando a forzar su triunfo, basado en casi 75 millones de votos. Sin embargo, sobrepasó los límites y hoy vuelve a ser juzgado. Acaparó titulares de prensa en todo el mundo, por excentricidades o por logros, que podrían quedar relegados. Desarrolló una diplomacia agresiva mediante tuits, según su ánimo ocasional. Una nueva modalidad que desplazó a la diplomacia tradicional, relegada a paliar los exabruptos. Cosechó grandes odios que ahora lo acechan.
Muy pronto para hacer un balance objetivo, y el desafío ahora es de Biden. Trump sólo logro moderar sin contener a potencias como China y Rusia, ni a tampoco a Irán, Turquía, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua, y varios más que aumentaron su poderío interno y exterior, y no piensan abandonarlo. Son temas candentes para Joe Biden, y otra cosa es resolverlos desde la Casa Blanca. Dependerá de sus resultados. Trump, seguramente procurará confrontarlo.