Según cifras estadísticas en Chile, las denuncias por maltratos físicos y psicológicos en instituciones educativas han crecido considerablemente del 2017 a la fecha, de 1324 casos pasamos a 1854. A nivel internacional, la Unicef señala que son alrededor de 150 millones los adolescentes de 13 a 15 años que declaran haber sufrido violencia en contextos educativos.
Aún más impactante es el silencio que experimenta nuestra sociedad ante casos tan dramáticos. Tal vez porque hemos ido naturalizando la violencia como un ingrediente más en las relaciones interpersonales y de paso, ocultamos otro fenómeno, el de la violencia estructural; aquella que se esconde en los cientos de noticias donde aparecen identificados los ‘malos’ y los ‘buenos’, ocultando con ello las causas de fondo de un problema mayor.
Es en la operacionalización de la Política de Convivencia al interior de las instituciones educativas donde se produce un estancamiento, se sigue validando la violencia como expresión de la cultura institucional.
Desde la falta de fiscalización de los gobiernos de turno, no les debiese extrañar entonces que la violencia directa continúe su escalada ascendente, afectando particularmente a los que por ser adolescentes, ‘adolescen’ de la madurez psicológica para afrontar de forma eficiente las dificultades de la vida cotidiana.
Es momento que tomemos conciencia de la gravedad de este fenómeno, acabar de aceptar que un número significativo de adolescentes chilenos sufren, ya sea desde la vereda del maltratado como de la del maltratador. Se trata de mirar de frente al triste fenómeno del suicidio adolescente, condicionado muchas veces por el sufrimiento que ocasiona el ser objeto de violencia ya sea psíquica o física. Debemos adoptar una actitud madura y responsable frente a este fenómeno, ya sea como educadores, como padres o como miembros activos de esta sociedad que cada vez más, nos convoca a asumir responsabilidades compartidas.
La solución del problema del suicidio es complejo porque implica una sinergia de actores e instituciones que es difícil de lograr, pero nosotros los adultos podemos dar el primer paso: dejemos de lado el celular y televisión, dediquemos más tiempo a nuestros hijos para luego educarles en estilos de afrontamiento a los inevitables problemas de la vida; aprendamos a escucharlos activamente para saber qué nos dicen cuando callan, cuando eligen ciertas compañías o sencillamente cuando eligen la soledad para evadirse en una consola de juegos o en los estados modificados de conciencia que genera la droga. Sin duda, será un gran comienzo.
Luis Alemán
Sociólogo y académico U.Central