El segundo gobierno de Sebastián Piñera ha variado una política exterior caracterizada por la continuidad desde 1990. Algunos observadores críticos afirman que dicha transformación se debe a la necesidad de superar los malos resultados del gobierno en los sondeos de opinión pública, hecho que llevaría a privilegiar un estilo populista.
Independiente de que hay bastante de demagogia (prometer y después no cumplir), más que de populismo (pretender representar al pueblo contra las élites), de improvisación y de confusión en la gestión oficialista, tanto el nacionalismo soberanista como la preferencia de las inversiones sobre los riesgos medioambientales, el relativismo en los derechos humanos y el cierre de las fronteras contra la migración, son rasgos tradicionales de la visión internacional de la derecha chilena, aminoradas solo en parte por la transición democrática, donde se produjo un consenso en la apertura económica al exterior, que derivó en una interpretación más bien desmedida sobre una política de Estado que no pasó de ser, en realidad, la práctica de consultar a la oposición de derecha y buscar acuerdos.
Al disiparse el ciclo transicional se resquebrajaron los compromisos adquiridos y se pueden expresar las convicciones de fondo, los intereses corporativos, la desconfianza en un escenario mundial que se considera dominado por la izquierda, la demanda por reestablecer el orden natural de las cosas y por la mano dura capaz de sostenerlo. Este es un momento donde despiertan fuerzas poderosas que se atreven a reivindicar ideas de ultraderecha hasta hace poco condenadas por la historia. Trump impulsa un discurso proteccionista y antiinmigración; Bolsonaro intenta dar marcha atrás en derechos y libertades; Vox reivindica al franquismo; y en nuestro país José Antonio Kast juzga a quienes en su sector piensan diferente como “derecha light”. Por ello, cuando se ha perdido el rumbo, es sencillo que la brújula indique como norte aquello que se ha defendido históricamente, a pesar de los matices o las diferencias que puedan expresar grupos minoritarios.
Hacer política exterior encuesta en mano facilita los errores, pues se apela sin mayor reflexión a prejuicios y miedos muy enraizados, conformando situaciones como las que Kim Darroch, ex embajador del Reino Unido en Washington, llamó “vandalismo diplomático”, o que también podríamos denominar como una “diplomacia tarzanesca”, poco profesional y dominada por la política contingente.
Ya es hora de dar vuelta la página. Se ofrece la palabra…
Cristián Fuentes
Académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones, U.Central