El predominio de lo táctico por sobre lo estratégico parece estarse imponiendo en la gestión de gobierno. La Moneda parece dejar atrás el relato que se articulaba sobre acuerdos nacionales para la segunda transición. Al no contar con mayorías y tener que enfrentar la parlamentarización de la acción opositora, el Ejecutivo busca ahora controlar la agenda gobernando con las emociones.
Tal como Bachelet II gobernaba con la pulsión de la “calle”, podemos reconocer en Piñera II una particular inclinación a gobernar con las “emociones”. Esto se expresa en que las claves para gobernar —y de paso (re)tener el control de la agenda— buscan conectar con percepciones o deseos ciudadanos como el miedo (al delincuente), el odio (al inmigrante), la tristeza (por que los hijos no accedan a un establecimiento educacional deseado) o la ira (por no tener, disponer de un trabajo precario o perderlo). Las decisiones de política siguen aquellas emociones que generen climas de opinión que se expresen en apoyo en encuestas, control de agenda y eventualmente apoyo electoral.
La causa de una emoción determinada es siempre una cierta visión de las cosas que desea rechazo o deseo de permanencia. En clave política, de las emociones importa saber cómo influyen en las conductas de los ciudadanos, cuales creencias las alimentan y que motivaciones para actuar derivan de ellas. Los equipos de asesores en La Moneda —especialmente en la Segegob— están leyendo correctamente que en los tiempos que corren, la política es cada vez más biopolitica, donde lo que predomina es la relación entre política y vida. De esta forma hay que buscar con las acciones del gobierno la protección del individuo con respecto a todo aquello que pueda afectar o dañar. Miedo a la inmigración, miedo a la delincuencia, miedo a las enfermedades catastróficas, es decir, miedo a todo lo que pueda perturbar la fragilidad del bienestar alcanzado.
El giro táctico de La Moneda por conectar con las pulsiones emocionales ha llevado a innovar el estilo y forma de los mensajes. Se utiliza un framing sencillo y de fácil retención. Al gobierno no le interesa el destino final de los proyectos sino la discusión que se instale en términos de clima de opinión. La campaña por “ordenar la casa” en política migratoria, “aula segura”, “admisión Justa” en educación, o el proyecto que busca ampliar el control de identidad descansa en la premisa de que el apoyo/voto ya no se piensa, se siente. Y se decide, en consecuencia y, muchas veces, sin razonar. En el gobierno los psicólogos están desplazando a los ideólogos.
El riesgo del dominio de las emociones —y de gobernar con ellas— por sobre la razón es que de la mano de estas pueden volver viejos fantasmas como el nacionalismo, la xenofobia o el populismo frente a los cuales no estamos inmunes.