El estallido de octubre 2020 y la pandemia de Covid-19, evidenciaron una violencia silente y cotidiana que carcome los cimientos de la convivencia social. Las expectativas sociales, las brechas de ingresos, el derecho a la igualdad entre géneros, el endeudamiento de las personas en los últimos 30 años y, con énfasis, en las dos décadas del siglo XXI, desembocaron en una eclosión de movimientos sociales que claman por mejores pensiones, salud, educación, vivienda y seguridad, reconocimiento de los pueblos originarios, entre otras necesidades urgentes. Sin embargo, subyace el peligro de cimentar este entramado de demandas sociales en un sentimiento de rabia que conduce a la anomia y no a un sentido de fraternidad. Chile y nuestra América Latina tienen múltiples dimensiones en las que deben avanzar decididamente; no obstante, para lograrlo se necesita inundar todos los espacios, físicos y virtuales, de amistad cívica sincera para construir una intersubjetividad – lo que Edmund Husserl llama un nosotros-, basada en la cultura de la paz.
Apremia la necesidad de construir en paz un nuevo pacto social que garantice una buena gobernanza del Estado, centrada de manera sensata en las personas y con la colaboración de todos los actores sociales, en especial, del Periodismo. Así lo demuestra el primer paso, tras la crisis política y social que dio vida el 15 de noviembre de 2019, al “Acuerdo por la Paz Social y nueva Constitución”, suscrito en el Congreso. También hace algunas semanas fuimos testigos y protagonistas de una muestra clara y categórica, de esta philia politike o amistad cívica de Aristóteles, a través de las votaciones que llevaron a dirimir a los chilenos sobre la elaboración de una Carta Magna que reemplace a la Constitución de 1980.
La paz es un bien demasiado valioso para perderlo. No se puede seguir en el absurdo demoledor de los diálogos de sordos. Los enfrentamientos, los disturbios y el vandalismo que se confunden con un errado sentido de misión, ensombrecen el juicio, rechazan el razonamiento y la capacidad de escucha. Ellos no tienen cabida en el clima de concordia aristotélica que debemos fortalecer en el Chile del presente y futuro. Un ejemplo de este sin sentido se refleja en un hecho recurrente, pictórico y simbólico, a la vez. Cada cierto tiempo, la figura de bronce del general Baquedano, ubicada en el centro neurálgico de Santiago, cambia de color entre el crepúsculo y el amanecer, en medio de los vestigios de humo y gases tóxicos, como una historia distópica de una revista de comics que se narra desde lo visceral.
Ese punto de Santiago, hoy centro de conflicto, otrora fue nuestro espacio de encuentro, un nosotros que debemos conservar, con toda nuestra diversidad y riqueza. La violencia solo crea heridas que no sanan y es capaz de engendrar otra pandemia, aquella que consume en forma abrupta la paz social.
José Miguel Infante Sazo
Director Carrera de Periodismo, UCEN