Hace un tiempo que vengo pensando que «cambio climático» es un término errado para lo que está sufriendo el planeta actualmente. Es por esto que no tan solo yo, sino que muchas personas más, hemos decidido llamarlo crisis climática. Las razones ahondan en lo conocido: las sequias, las lluvias incontrolables, las personas protestando, etc. Todo esto ya lo sabemos, lo venimos repitiendo hace años solo que ahora le estamos dando la importancia debida. Ahora que todo está yendo cada vez peor. Quizás esa es una de las cosas que nos diferencia de las otras especies: no anticipamos el peligro. No le hacemos caso al instinto. Eso nos hace ser unas buenas presas, ¿no? En este caso: de nosotros mismos.
Además de la discusión que se ha puesto sobre la mesa respecto a cómo nombrar a la crisis climática, también me he encontrado con cómo va cambiando el pensamiento de las personas respecto a lo que ocurre en el mundo. Sobre todo, los jóvenes.
Actualmente pertenezco a la Academia Jóvenes de Futuro, instancia en donde 60 jóvenes de distintas áreas tienen la oportunidad de generar un proyecto de ley que será presentado ante autoridades, pero, más que eso, este espacio se ha prestado para debatir sobre lo que está pasando con nuestra sociedad. Justamente, en esta última sesión que tuvimos, se habló fuertemente sobre la COP25, sobre la COY15 y qué podemos hacer para ¿salvar? A nuestro planeta.
Las posiciones son distintas, algunas en extremo y ahí, en medio de la discusión pude darme cuenta sobre la otra cara de la crisis climática. Los jóvenes están cambiando su forma de vivir y las decisiones fundamentales que se toman para una vida, para un futuro, no son las mismas que veíamos hace años atrás. El no tener hijos, el no comer carne, el no usar vestimenta proveniente de animales o hecha en una industria textil que más que producir ropa, destruye el planeta son opciones que están presente en estos jóvenes que buscan marcar una diferencia a su manera a pesar que el porcentaje de chilenos y de jóvenes chilenos es poquísimo comparado a la tasa de población mundial, pero, pese a eso, seguimos hablando, planificando hasta que vienen a sacarnos porque el Congreso cierra a cierta hora. Y aún así, la conversación sigue, el cambio se sigue haciendo y la desesperación mezclada con esperanza es un sentimiento nuevo que cada vez se aloja más no tan solo en los jóvenes, sino que todos aquellos que buscamos hacer un cambio que, quizás no se ve como algo tan significativo pero que, sin duda, ayuda, aunque no lo veamos a corto plazo.
Voy a detenerme un poco en la desesperación. He escuchado y leído a jóvenes que parecieran querer rendirse ante todo por la premisa del mundo acabándose. Puede que parezca una exageración ante el que lee esta columna, pero he visto y he secado lágrimas ante personas que tienen miedo sobre lo que está pasando. Incluso, estudios han demostrado que la gente se está estresando sobre esta crisis. En eso siento dos cosas: una pena inmensa sobre lo que estamos viviendo y, por otra parte, algo de alivio. La gente se está interesando, está prestando atención y eso hace que todavía se pueda hacer algo por la tierra en la que estamos viviendo.
Aún así, no puedo no ser parte de la desesperación. Mientras escribo esto veo a unos niños jugar a la pelota. Inocentes, puede que tengan otro pensamiento, más racional, más consciente de lo que está ocurriendo. ¿Es justo estarles entregando un planeta como este? Mi gato los ve a través de la ventana. ¿Cuántos animales en el mundo no tienen la suerte de él?
Sí, creo que crisis es una mejor forma de nombrar lo que estamos viviendo.
María Paz Yurisch
Divulgadora científica