El país ha experimentado en los últimos dos meses síntomas inequívocos de una ruptura. Si bien el origen podemos situarlo en el estallido social del 18–O su desenlace aúnpermanece abierto. La energía liberada que se expresa enindignación e irritación aún no logra ser canalizada. Esta incapacidad de representar y procesar demandas institucionalmente es una función que en una democracia representativa cumplen esencialmente los partidos políticos.
Sin embargo, hemos visto en los últimos días la profundización de la erosión de este rol en los partidos. En un proceso de declive que empezó mucho antes observamos que la identificación con los partidos es tanto o pero que la del Presiente y su gobierno. De ahí que los vínculos de (des)confianza con ellos estén debilitados de forma considerable. La afiliación es marcadamente más baja que hace treinta años, y además otros datos sugieren que los miembros que permanecen en los partidos tienden a ser menos activos y militantes. Sus elites aparecen cada vez menos sintonizadas de los problemas de la gente y más preocupadas de los problemas de la política. En esta crisis lo anterior se ha visto evidenciado nidiamente en el desacompsamiento entre la urgencia social y el tiempo que se receta la política.
Lo que observamos es que los partidos se han distanciado de la sociedad civil y de sus instituciones sociales, al tiempo que se encuentra cada vez más inextricablemente atrapados por el mundo el gobierno y del Estado, esto es, se han dedicado más a gobernar que ha representar.
Los partidos políticos, objeto de un fuerte y trasversal impugnación ciudadana, parecen estar confirmando con su accionar en estos días, marcados por crisis internas y de conducción, que hasta ahora están siendo más parte del problema que de la solución.
Marco Moreno
Director Escuela de Gobierno y Comunicaciones, U.Central