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Impericia diplomática

No había otra alternativa que dejar el cargo, como Embajadora de Chile ante el Reino Unido, o enfrentar una potencial e inconveniente polémica entre los dos países. La Monarquía Británica, nunca toma la iniciativa de proponer algún proyecto, particular e interno de otro estado, y menos en la estricta y protocolar presentación de las Cartas Credenciales de un Embajador, al Rey no le corresponde.  Sólo se limita a manifestarse interesado, cortésmente, o resaltar lo que patrocina, lo hace su gobierno.  De existir alguno, se deberá gestionar oficialmente por canales diplomáticos, el Foreign Office o nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, quienes decidirán si el proyecto es conveniente.  El Rey no lo decide.

Lo ocurrido, evidenció que no se ajustaba al procedimiento oficial, ni a una práctica usual.  Si se hubiera consultado a Gran Bretaña, podría haberlo desmentido, creando un desacuerdo, y hecho insostenible la posición de nuestra representante.  Al Rey no se le utiliza como pretexto.

La renuncia puso fin al tema, y demostró la mano experimentada del Canciller Van Klaveren, evitando todo malentendido. La diplomacia tiene normas y prácticas severas, que al cumplirse, mantienen las armónicas relaciones entre Estados, donde no proceden iniciativas propias, y que al cumplirse, precaven desencuentros y conflictos improvisados.

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