Los miles de emprendedores que esperan a que los bancos les presten dinero para hacer sus sueños realidad, iguala e incluso supera la fila en los servicios públicos para hacer los largos trámites que la burocracia demanda. O sea, lo que se necesita es más capital de riesgo, aunque siempre se agradecen menos procedimientos. El resto es música y propaganda ideológica.
Capital de riesgo es plata bien invertida en buenas ideas, con intereses razonables, garantías factibles y a plazos sensatos, pero con una posibilidad mayor de fracaso y, por tanto, de que el préstamo no sea devuelto. Esto para nuestro sistema bancario es sacrilegio y apostasía, ya que aun teniendo riesgo cero y un porcentaje de interés asegurado, como el crédito con aval del Estado para las deudas estudiantiles (6%), los bancos cobraron más y con ello condenaron a muerte el esquema, como el cuento del sapo y el escorpión.
El escenario que se abre con el próximo gobierno debería incluir una explosión de creatividad puesta al servicio del desarrollo nacional, propuestas para, por ejemplo, agregar valor a nuestras exportaciones y hacer frente a la crisis climática. Famosa fue hace años, la máquina de un inventor chileno para sacar agua de la atmósfera del desierto, un sistema muy parecido al que hizo noticia en Israel, hace algunas semanas, y que es capaz de condensar 900 litros diarios del vital elemento a partir de un 15% de humedad ambiental. ¿Cuál es la diferencia?: allá invirtieron y acá se rieron.
Necesitamos una economía de startups y unicornios, empresas capaces de asociarse con gigantes mundiales, como lo hizo NotCo, rompiendo el techo para nuestros emprendedores. Hay tantos temas que requieren desplegar la inteligencia, como es el caso de la sequía; cambiar las pautas de consumo, ahorrar, reciclar, aprovechar los ciclos naturales, cazar camanchaca en el norte y atrapar niebla más al sur. Para ello el Estado debe estimular, no ahogar, a las fuerzas dispuestas a construir un nuevo Chile.