Probablemente los acontecimientos de mayo de 1968 hayan tenido mayor repercusión internacional porque los protagonistas eran los estudiantes universitarios. Fue como el epítome, Pero fue todo ese año e incluso un poco antes y un poco después en que el mundo cambió. Por ello es epítome, el resumen de una obra mucho más extensa. En el 68 fue la juventud la protagonista en casi todo el mundo, con la excepción de la URSS, China y algunos que otro país más.
En Estados Unidos poco antes aparecieron los hippies y ya los beatniks se habían asentado en el medio artístico. Entre la Revolución de las Flores y el Prohibido Prohibir, entre Big Sur y Woodstock, entre Vietnam y las revueltas universitarias se aceptó que esta era, también, una revolución sexual. La aparición de nuevas izquierdas y derechas, las transformaciones tecnológicas aceleradas, especialmente las audiovisuales mostró un mundo en cambio.
Las revueltas de mayo en París, que eran espontáneas, se terminaron por la vía institucional, se convocó a un plebiscito que ganó el presidente de Gaulle. Muchos en esos tiempos consideraron que se estaba ante una revolución, que la juventud ahora había tomado conciencia, la juventud estudiantil ya no quería clases, ahora las daba en la acción callejera. Sin duda se había inaugurado una nueva cultura, una que era antiburguesa, pero que no era proletaria. No era de ninguna otra clase, era la misa burguesía con otra conciencia, con otros valores, críticos del orden anterior, con un lenguaje y un relato revolucionario, aunque sin proyecto para transformar radicalmente nada. Dicho elegantemente: Primero hay que cambiar al hombre para después cambiar el mundo.
¿Y cuál es el sujeto activo del proyecto revolucionario lingüístico? No quedó claro, pueden ser los intelectuales comprometidos, los estudiantes, cualquiera con conciencia, etcétera, además sin orgánica, no era necesaria porque el sujeto del cambio era el sujeto mismo, así que predomina “el cada uno para su santo”, y cada uno se las arregla para cambiarse y emanciparse. Basta sólo una actitud crítica. No una adhesión meditada a una teoría, como el marxismo, el neoliberalismo o un conservadurismo católico, entre otras teorías posibles.
El objetivo de mi cambio queda reducido a mis propios deseos y a una simple oposición a todo lo antiguo, denominado conservador y reaccionario. Un cuestionamiento fácil es profundizar el cuestionamiento hippie a la familia, Entonces la familia fue criticada por su naturaleza opresora, opresora sobre todo con las mujeres y los niños, al servicio del capitalismo, alienador e inauténtico (así se decía en mi juventud). Entonces, una estructura tan despreciable no nos puede obligar y menos oprimirnos (subordinarnos) con sus tabúes. Todas sus normas deben ser violadas.
Es lo que hizo Olivier Duhamel. Acusado por su hijastra de haber abusado sexualmente de su hijastro. Ella, Camille Kouchner lo acusa en el libro “La familia grande”, de abusar de su hermano en la niñez durante dos años. Los protagonistas son todos de esa burguesía intelectual francesa tan bien descrita por el sociólogo Pierre Bourdieu. El abusador un reputado académico de ciencias políticas, el padre biológico un exministro y hoy del staff de Médicos sin Fronteras, la denunciante del abuso incestuoso es también una activista y académica. La madre Évelyne Pisier es una politóloga feminista, alguna vez polola de Fidel Castro, y que apoya a su marido. No es una noticia de crónica roja de país tercermundista, es la expresión de una cultura individualista del abuso a los débiles que se estableció como búsqueda de la emancipación personal, amputada de todas las dimensiones sociales, y también de un mínimo de moralidad colectiva, pues era la superestructura que oprimía. Parafraseando a Marx, cuando se olvidaron de la base económica, fundamento de la realidad, la superestructura se volvió loca.
Pero estamos hablando precisamente de la superestructura, de la cultura que legitimó el abuso, paradójicamente, en nombre del amor. Gabriel Matzneff, un poeta pervertido, que en su poesía muy celebrada por las élites, exponía sus gustos por los adolescentes y mantenía un romance con una de ellas a la que sedujo tempranamente. Y, según se lee en las noticias, con la anuencia de sus padres. Escribió un libro denunciándolo. Ninguna de las dos escritoras aceptó esa clase de amor como algo normal. En el caso de Vanessa Springora ninguna editorial quiso publicar su libro en que narraba la relación de una chica de 14 con un adulto de 50; solo cuando un movimiento antiabusos apareció con fuerza, vio la luz su libro “El consentimiento”. Lo único positivo es que Matzneff perdió lo beneficios que sus amigos les consiguieron.
Así como el eslogan ‘sexo, drogas y rock’ presidió una cultura, y en otro lugar se exaltaba el prohibido prohibir, nadie entendió que esto era un permiso para el relativismo ético absoluto. Pero los delincuentes tienen defensores, los justifican con que el consentimiento sexual lo puede dar un menor de edad, que la cultura mediterránea es incestuosa y que ambos son resultado de la cultura de los sesenta, es decir, la culpa es de los hippies y de los estudiantes protestatarios. ¿Nos podría afectar a los chilenos? No sabemos, pero los chilenos somos copiones.