Hoy desperté más temprano que otros días, con muchas ganas de conocer gente nueva, hacer vida social. Así, después de un café cargado salí a caminar por las calles de mi barrio, a esa hora no andaba mucha gente, pero al doblar una esquina vi que varios adultos mayores, madres con sus hijas e hijos y un grupo de personas más jóvenes entraban a un lugar bastante concurrido.
¡Genial! Exclamé, parece que acá la comunidad se reúne a charlar, quizá podría tomar el segundo café del día y porqué no, compartir unas medialunas con quien quiera cruzar palabras conmigo.
La verdad es que el local no era muy amigable, olía a remedios y la gente no tenía buena cara. Se les veía cansados, aburridos, enojados, maltratados. Una señora que sobrepasaba los 70 años se acercó a paso lento y me dijo: “mijito, tiene que pedir un número en el mesón si quieren que lo atiendan”. Su rostro acusaba una vejez complicada y luego de observarme con cierta desesperanza me contó que era el quinto día seguido que venía, a la espera que alguien la atienda.
“Estoy con una fuerte gripe hace una semana y cada vez me duele más cuando toso, ya es viernes y si no me ve un médico tendré que esperar hasta el lunes”. ¿Cómo? Le pregunté ¿Acaso no viene usted a conocer gente y juntarse con sus amigas acá? Cristina, así se llama mi nueva amiga, me miró como si yo estuviera delirando…
…me comentó que hace años se sentía contenta de ser chilena, pero que cuando envejeció se percató que el país para el cual trabajó por casi 40 años como profesora, hoy le daba la espalda, no la cuidaba ni la consideraba. “No tenemos derecho a la salud, con suerte puedo pagar Fonasa y con eso solo me aferro a la esperanza que algún día me atiendan en este lugar”. Ahí mismo le comenté que lamentablemente la inversión en esta materia apenas sobrepasa la mitad de lo que la Organización Mundial de la Salud reconoce como el piso básico, es decir en Chile se invierte un 3,5% del presupuesto nacional, versus un 6% que es lo aconsejable.
¿Y si me cambio a una Isapre? Me preguntó Cristina.
La miré con ternura y me costó encontrar las palabras precisas para no causarle una decepción ¿Cómo le podía decir que solo un 19% de la población chilena puede pagar una Isapre? ¿Cómo decirle que esas empresas solo aceptan a la gente joven y sana y que lo más probable es que a ella le van a cerrar la puerta en la cara? ¿Cómo decirle que las Isapres tuvieron utilidades superiores a los 57 mil millones de pesos el 2018, mientras la salud pública se cae a pedazos?
A pesar que en promedio un chileno gasta un 34% de sus ingresos en salud, eso no alcanza para que los aportes de las prestaciones de Fonasa cubran el costo real de la salud pública. Menos para mitigar el sobregasto que el sistema arrojó en 2017 superando los 630 mil millones de pesos, según informó en su momento la Subsecretaría de Redes Asistenciales.
Datos sobran y son desalentadores. Yo trataba de ordenarlos en mi cabeza mientras buscaba un rincón temperado para invitar a Cristina un café con medialunas, pero solo encontré frio, silencio y desesperanza. Así que le di un abrazo, ella me sonrió y me dio las gracias por la conversación. “Acá los viejos pasamos desapercibidos”, me dijo cuando nos despedimos. Con un nudo en la garganta salí de ahí pensando en las palabras que ayer manifestó el ex subsecretario de Salud, Luis Castillo, en una radio de Coyhaique cuando dijo que “los pacientes siempre quieren ir temprano a un consultorio. Algunos de ellos, una fracción de ellos, porque no solamente van a ver al médico, sino que es un elementos social, de reunión social”.
Señor Castillo, ayer simplemente se burló de chilenos y chilenas, ustedes los políticos, se esfuerzan para que la ciudadanía acumule rabia, los desprecie y desacredite.
Claro, usted se atiende en clínicas donde sí encuentra café de grano y medialunas recién horneadas, mientras espera que lo atiendan. Posiblemente en este momento, se debe estar jactando de lo creativo que fue ayer en la ciudad de Coyhaique, donde a esta hora debe ir alguna Cristina caminando con temperaturas bajo cero, entre barro y hielo, para hacer vida social al consultorio más cercano.
Ignacio Paz Palma
Académico Facultad de Economía, Gobierno y Comunicaciones
Universidad Central de Chile